El neurocientífico Mario de la Piedra Walter plantea la necesidad de aceptar la neurodiversidad sin idealizar las enfermedades mentales
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Históricamente el dolor, la locura y el tormento fueron romantizados como materias primas indispensables en la creación de una obra maestra. Como si detrás de cada genio hubiera, necesariamente, un padecimiento. Van Gogh y su oreja, Virginia Woolf y las piedras en sus bolsillos, o Hemingway y su escopeta son solo algunos de los tantos ejemplos en los que se ha idealizado y mitificado el sufrimiento. La narrativa del artista atormentado, del genio incomprendido que produce belleza a partir de su propio infierno, puede ser estéticamente poderosa, sí, pero peligrosamente reductiva.
En algún punto, en la cultura popular, el sufrimiento y la genialidad parecen caminar de la mano. Pero, ¿si no fueran excluyentes? ¿Si no hiciera falta estar roto para crear algo valioso? ¿Si el talento no tuviera nada que ver con el padecimiento? Es es uno de los planteos que Mario de la Piedra Walter, neurocientífico mexicano radicado en Berlín, hace en el marco de Aprendemos Juntos 2030, el ciclo de charlas inspiradoras organizado por BBVA.
Su planteo tiene sustento. Trabaja desde hace años con personas neurodivergentes, muchas de ellas brillantes, pero también vulnerables al peso de las etiquetas y es autor del libro Mentes geniales: cómo funciona el cerebro de los artistas.
“Hay que desmontar un poco esta idea del artista o del genio atormentado, porque no hace más que idealizar las enfermedades mentales”, dice el médico. “No hay que olvidar que son enfermedades que causan un drama humano. Son personas que están sufriendo y están siendo alienadas por la sociedad”.
El médico y divulgador científico cuestiona el imaginario colectivo que asocia creatividad con enfermedad mental y propone una relectura del concepto de genialidad, desvinculada del sufrimiento y anclada en el esfuerzo, la obsesión y la persistencia.
En sus palabras, no se trata de negar que algunos artistas hayan padecido enfermedades mentales, sino de dejar de asociar su talento a dicho padecimiento.
“Dostoyevski no escribía bien por ser epiléptico, sino a pesar de serlo. La genialidad está al alcance de todos nosotros, pero hay que animarse a seguir nuestras obsesiones”, dijo.
Para de la Piedra Walter lo que importa no es ser “especial” sino estar dispuesto a ir más allá del entusiasmo inicial. A tolerar la frustración, a convivir con el error, a hacer del interés una forma de resistencia.
En lugar de hablar de dones o privilegios innatos, prefiere hablar de prácticas, entornos estimulantes, deseos que se sostienen en el tiempo.
Tal vez el gran valor de la mirada del neurocientífico sea ese: bajar la genialidad a tierra. Devolverla al rubro de lo cotidiano. Entender que no tiene que venir del tormento necesariamente, y que puede tener su génesis en el juego, en el amor, en el asombro, en el error o, simplemente, en la atención.
Apreciar la neurodiversidad no como excepción, sino como norma
La idea del sufrimiento como condición necesaria para la creatividad no solo es falsa, sino cruel, aseveró el orador. Porque invisibiliza el padecimiento real de quienes conviven con trastornos mentales mientras que, al mismo tiempo, romantiza una experiencia que no tiene nada de poética.

“No todos pensamos igual, ni sentimos igual, ni percibimos el mundo de la misma manera. Y eso, lejos de ser un problema, es una riqueza. Así como en la naturaleza la biodiversidad es clave para la estabilidad de un ecosistema”, apunta el orador. “La neurodiversidad es fundamental para una cultura más justa, más creativa, más sensible”.
Puesto de otra forma: no se trata de glorificar lo diferente, ni de usarlo como recurso inspiracional, sino de reconocerlo como parte constitutiva de lo humano.
El poder no está en el dolor, sino en el sobreponerse
En su discurso también aparece su autor favorito, Borges; su figura, sus textos, su ceguera. “A pesar de su pérdida de visión, Borges se convirtió en un referente absoluto. No porque no veía, sino porque tenía una obsesión con la lectura y la escritura que lo llevó a seguir creando mundos”, explicó de la Piedra Walter. En otras palabras: la ceguera no fue su musa, sino un obstáculo al que se sobrepuso con éxito.
“Como decía Borges, la genialidad de un artista viene en poder tomar todo lo que le pasa, las humillaciones, los bochornos y poder transformarlo, tomarlo como arcilla, como material para crear su arte“, señala.
Esta perspectiva es contraintuitiva en una cultura que insiste en vincular lo extraordinario con lo trágico; que premia la intensidad por encima de la constancia, y convierte la vulnerabilidad en un espectáculo. Se trata de una mirada menos fascinada por lo trágico y más atenta a lo cotidiano. Una mirada que no busca excepciones, sino posibilidades.
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