El recordman, el deportista que es parte de la historia grande del polo, el hombre familiero, estrena hoy docie en Disney+
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Con la ñata pegada contra las rejas de la Catedral, Adolfo Cambiaso (50) soñaba que un día estaría del otro lado jugando el Abierto Argentino de Polo, montando caballos que volaran como aviones y llevando la bocha como una flecha al mimbre contrario. Era chico, sí, pero ya se adivinaba su destino: es el mejor jugador de polo del mundo, rompió todos los récords imaginables y con una mirada propia revolucionó el deporte dentro y fuera de la cancha.

Las luces y sombras, alegrías y tristezas vividas a lo largo de más de treinta años de carrera quedaron plasmadas en Adolfo Cambiaso: en el nombre del polo, la docie que acaba de estrenar Disney+ (con dirección de Juan José Camla), y en la que la estrella se revela en primera persona. Desde Inglaterra, donde está jugando la temporada, arranca respondiéndole a ¡HOLA! qué lo entusiasmó de la propuesta: “Principalmente que Disney es una linda plataforma para mi historia, les estoy muy agradecido por haberse interesado en mí. María [Vázquez, su mujer] y todos pensaron que era algo que les va a quedar a mis hijos, al mundo del polo en general. Es la historia de un deportista y me gustó contarla para que me conozcan un poco más. Se tardó un poco porque sigo escribiendo cosas, no termino más”.

–Arranca con tu infancia y tu amor por los caballos.
–Mi infancia fue muy espectacular. Iba a caballo de casa al colegio, que era hasta el mediodía. A la tarde, mis padres [Adolfo Cambiaso y Martina de Estrada Láinez] tenían la escuela de polo La Martina Polo Ranch, y me fui metiendo, jugaba. Yo era muy fanático del tenis también y el día que un entrenador me quiso entrenar decidí que prefería los caballos y la vida de campo. Tengo muchísimos amigos tenistas y sus vidas son muy sacrificadas. No te digo que la mía no, pero lo bueno es que puedo compartir mucho con mi familia, que me encanta y es clave.
–¿En el tenis también eras tan competitivo?
–Soy competitivo en todo, hasta el día de hoy quiero seguir ganando. Calculo que eso me motiva a levantarme, entrenar y tratar de mejorar todos los días. Me gusta lo que hago y le pongo mucha pasión.
–Tanta que este verano ganaste el US Open en Palm Beach. ¿Lo esperabas?
–No, ya no te esperás a esta edad seguir compitiendo contra chicos treinta y pico de años más jóvenes, con el mismo handicap, contra los que uno se siente mucho peor. Obvio que tengo cosas buenas, pero ya el físico no es el mismo. Por otro lado, siempre creo que es el último.

–Para algunos los 50 son una bisagra. ¿A vos qué te pasó?
–No me da lo mismo; para el deporte, cuanto más años cumplís es peor, no importa si son 49 o 50. Después de un partido me duele todo, me tengo que meter en hielo y hacer ejercicios como un viejo. María me hizo una fiesta como si fuese la última. Fue una sorpresa. Yo no quería saber nada de festejar porque a los dos días jugaba la semifinal, pero reviví algo lindo con muchos patrones y gente que jugó durante toda mi carrera, fue espectacular.

–¿Te gusta entrenar?
–No me gusta nada, es como ir al colegio. Me levanto a la mañana y digo: “¿En qué momento entreno para sacármelo de encima?”. Pero sé que tengo que hacerlo para poder competir, y eso es más fuerte.
–Dijiste colegio y te escuché contar que en pandemia quisiste retomar el secundario.
–Sí. Lo que pasa es que mis hijos son mucho mejores que yo. [Se ríe]. Yo soy medio disléxico y me cuesta leer un montón, me cuestan un montón de cosas. Memoria tengo espectacular. Hice el intento, pero mis hijos se reían, así que me dije: “Mejor sigo jugando al polo”.
–¿Pensabas que ibas a lograr todo lo que lograste?
–Me cuesta mirar para atrás... Logré muchísimo más de lo que soñé. De chico era medio hincha de La Espadaña porque eran de Lobos, atrás de Cañuelas. Viendo la última etapa de mi vida, ganar en 2022 el Abierto con mi hijo cuando en 2014 pensé que iba a tener que retirarme por todos los dolores que tenía es un sueño que lo supera todo: yo tenía 47 años y él, 16.

–No venís de una familia de polistas. ¿Alguna vez te lo hicieron notar?
–Soy un poco sapo de otro pozo en algún punto porque mi papá era surfista y mi mamá jugaba al polo los fines de semana. A mí siempre me importó lo que pudiera demostrar en la cancha, no lo que dijeran. Fui haciendo cosas, algunas molestaron, otras no tanto, como lo de la hinchada de Chicago, que hizo al polo mucho más popular. En un momento me criticaron, pero después se dieron cuenta de que tenía razón. O con el tema del clonaje estaban todos en contra y hoy están todos clonando. Obviamente, uno también se equivoca. Yo hago y después me banco la que venga. La vida es así, son decisiones, elecciones. Pero siempre encaré desde un lugar donde creía que estaba bien.

–Me sorprendió que Lolo Castagnola participara de la docie (íntimos amigos y cuñados, estuvieron años distanciados)...
–Lolo en esa etapa fue mi mejor amigo y éramos como hermanos y hoy día me conoce de la misma manera que yo lo conozco a él, como una hermandad, pasamos mucho. Fue una etapa muy importante de mi vida y él habla desde ese lugar también, así que está muy bueno. Imaginate que está con mi hermana [Camila], somos familia.
–¿El tiempo cura las heridas?
–Yo creo que sí. De hecho, este año Poroto y yo vamos a jugar con sus hijos [Bartolomé y Jeta]. Quizás no se pueden volver para atrás las decisiones buenas o malas, eso lo dirá el tiempo, uno se puede equivocar cuando toma decisiones. Todos nos equivocamos.
–¿Qué fue lo más difícil qué te tocó pasar en estos años de carrera?
–La caída de mi hermano [Salvador Socas]. Él me estaba ayudando con mis caballos en el exterior y tuvo la desgracia de rodar y el caballo lo pasó por encima. Lamentablemente desde ese golpe quedó bastante inhabilitado. Este es un deporte muy peligroso y cuando le pasa a un hermano, que encima me estaba ayudando, golpea todavía más. No fue fácil. Yo lo ayudo en lo que puedo, tiene una vida dentro de lo que puede lógica y eso me pone contento.

–También atravesaste grandes traiciones, como la de los clones de tus caballos.
–Yo creo que da para una película. Me robaron las células de mi mejor yegua y las clonaron en el exterior. Fue una persona a la que yo quería mucho, tenía una sociedad con él y se las vendió a un ruso por detrás mío. Tuve un juicio por jurado en Florida que me llevó cuatro años. Este año lo gané y me tuvieron que devolver todo. Fue una etapa de mi vida brava. Fue difícil el juicio en otro país, tener que defender algo que es tuyo y en otro idioma, aprender de cosas que no sabés, pero todo salió increíblemente bien gracias a mi patrón Bob Jornayvaz, que fue clave, me armó un grupo de abogados y me ayudó a estudiar durante cuatro años para lograr lo que se logró. Lo lindo es que me tocaron el orgullo porque en el juicio se encontraron cosas que decían: “Quedate tranquilo, que este argentino no tiene ni los medios ni la capacidad de venir a Estados Unidos a hacer un juicio”. Y mirá. Era el legado para mis hijos y fuimos hasta las últimas consecuencias.
–En el documental se lo ve a Diego Maradona alentándote. ¿Cómo era la relación?
–En la etapa que estuvo en la selección, venía a verme a los partidos, se ponía la camiseta e hinchaba como uno más. Él vivía en Ezeiza, estaba muy bien y jugábamos al golf. Teníamos mucha relación, hablábamos por teléfono o yo iba a sus cumpleaños. Él apoyaba todos los deportes argentinos, era un tipo espectacular. Una vez fui a verlo a Dubái, él era técnico allá. Su equipo jugaba al día siguiente, nos invitó y me dijo que si no íbamos se iba a ofender. Cuando llegamos no nos dejaban pasar. Diego se enteró y salió a buscarnos, habló con la seguridad y casi que éramos técnicos con él. [Se ríe]. Era un apasionado, un fenómeno.

–¿Algún otro ídolo que te diste el lujo de conocer?
–La selección argentina fue a comer un asado a La Dolfina, con Messi, Scaloni y quedé con muy buena relación con Mascherano, que me vino a ver a Palm Beach y yo también los fui a ver. Yo no muestro eso porque cada uno tiene su vida y no tiene que andar mostrando, pero la verdad es que tengo muy linda relación con los deportistas en general. Con David [Nalbandian] soy íntimo.
–¿Te mareaste con la gloria?
–Si no me mareé a los 17 años cuando jugué con [Kerry] Packer, y vi cosas que no te las creen, desde el tipo en el casino perdiendo semejante cantidad de plata o vivir en aviones privados... Nada de eso me marea. Yo sé lo que quiero, sé quién soy, tengo una familia y con eso soy feliz.
LA FAMILIA, EL RETIRO Y LOS SUEÑOS POR CUMPLIR
–Hace más de treinta años que están juntos con María. ¿En qué etapa están?
–María me acompañó mucho en mi locura. Ahora, con los años, ella se quedó un tiempo más sola en Argentina para hacer sus cosas y yo me vine a Inglaterra con los chicos. En lo deportivo nunca tuve mucho psicólogo, más bien ella siempre cargó con toda mi basura, me ayudó un montón porque uno cuando tiene que tomar decisiones constantemente tiene dudas y cuando te vas poniendo grande, más. Pero, además, mantuvo a la familia unida, que para mí es un privilegio. Es una compañera de lujo. Y las etapas las vamos viviendo a medida que las vamos pasando. ¡Qué sé yo en qué etapa estamos! [Se ríe]. Estamos bien, que es un montón. Cada uno necesita sus espacios, como todos, pero nos conocemos bien y vamos aprendiendo a compartir con eso.

–Tus hijos también son tus grandes compañeros, incluso en la cancha. ¿Cómo los ves?
–No sólo juego con Poroto (19) el Abierto, ahora juego con Mia (22) la Copa de Oro en Inglaterra. Ya la jugamos el año pasado y mi sueño es sumar a Myla (14) y jugar los cuatro un torneo. A la más chiquita le gusta un poco todo, es multifacética, baila, canta, juega al polo y salta. Compartimos mucho. Y eso es también gracias a María, que ha apoyado para que comparta con mis hijos horas y horas. Eso es lo máximo.

–¿Tenés momentos especiales con cada uno?
–Sí. El campo de Córdoba es mi cable a tierra y con todos tuve mis etapas de estar un mes solos. Siempre lo hacemos. Ahora estoy solo con Myla. Compartimos desde la mañana hasta la noche, yo la acompaño, y ella me acompaña a mí, es espectacular. Salimos a comer, vamos de compras, la chiquita me lleva para donde quiere. [Se ríe]. Y Poroto y Mia ya viven solos acá, pero nos vemos en las caballerizas, o comemos juntos. Me gusta tener mi momento mano a mano con cada uno. En agosto me voy a ir un mes a jugar con Mia a Estados Unidos. Ahí vivimos juntos y tenemos para charlar.
–¿Extrañás vivir con ellos?
–Son etapas. Uno sabe que se van a ir yendo, así que tenés que ir aprendiendo. Claro que prefiero estar todos juntos, pero van creciendo y está bueno que sepan irse y volver, saben que la casa de uno está siempre abierta.

–A fin de año se viene un equipazo para la Triple Corona con Poroto y tus sobrinos, Bartolomé y Jeta Castagnola. ¿Qué te genera?
–Les van a tener que encontrar ellos el lugar al viejito. [Se ríe]. Estar en un equipo con mis dos sobrinos y Poroto y ser equipo a ganar es increíble, muy fuerte a esta edad. Voy a tratar de disfrutarlo porque me gusta ganar. [Se ríe].
–¿El retiro está lejos todavía?
–No sé, cada vez está mucho más cerca. Al polo voy a seguir jugando, aunque a otro nivel. Me va a ayudar que Poroto y mis hijas juegan, entonces compartiré la pasión por la cría y los caballos. Voy a extrañar la competición, pero voy a disfrutar de hacer caballos para mis hijos, vender, abrir nuevos mercados. También voy a tener tiempo de ir a lugares que cuando competís no podés. Con [Eduardo] Costantini estamos con un proyecto de La Dolfina en Uruguay. Cuando competís mucho no podés ponerles tanto tiempo a tantos proyectos. Todavía tengo mucho por hacer.

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