Un cacho de cultura
Una de las mayores diferencias entre libertarios y liberales es la indiferencia de los primeros, cuando no su notable beligerancia, hacia la cultura en general.
Entre los segundos encontramos personalidades de la talla de Domingo Faustino Sarmiento y Julio Argentino Roca, que abogaron fervientemente porque el Estado garantizara una educación pública y gratuita para todos, una política pública magnífica que fructificó durante buena parte del siglo XX en una sociedad más igualitaria y una robusta clase media.
Este último concepto probablemente ocasione arcadas en los libertarios más rancios que disparan contra la universidad estatal como si los conocimientos fueran patrimonio exclusivo de los que puedan pagarlos.
El presidente Javier Milei tiene un gusto marcado hacia la ópera, pero no suele compartirlo públicamente (salvo el par de veces que fue al Teatro Colón con Fátima Florez), sino que lo cultiva en privado con sus amigos en la residencia de Olivos. Una pena porque la gran vidriera de la que goza un jefe de Estado produce un efecto imitativo en los millones que lo ven.
El líder libertario, en cambio, prefiere mostrar allí un lenguaje soez y actitudes pendencieras bastante incultas y toscas.
