Puro cuento
“Soy una fusilada que vive”. (De Cristina Kirchner)
3 minutos de lectura'


La crónica policial chaqueña cuenta un hecho insólito: un hombre denunció que su hijo de 25 años le robó cuatro kilos de mondongo. Llamó a la policía y, presto, un efectivo inició en moto la búsqueda del ladrón. A poco de patrullar, lo encontró. Bajó del vehículo para aprehenderlo y, mientras confirmaba la existencia de la prueba de delito -el mondongo- vio cómo otros dos proyectos de asaltantes intentaban robarle la moto del destacamento. Intentó detenerlos, pero solo logró capturar a uno mientras el hijo desaprensivo miraba atónito y el mondongo perdía la cadena de frío. Llegaron refuerzos en otras motos y apresaron al tercer ladrón que se había fugado. No trascendieron detalles del informe policial en la comisaría. Solo las detenciones de los tres delincuentes, la incautación del mondongo y los magullones que recibió el policía-víctima durante la refriega para evitar ser robado.
La segunda historia inaudita viene de más lejos. El dominicano Frank Tavares pasó 22 años de su vida como monja. Las hermanas que lo adoptaron en el convento donde se crió desde los cuatro años después de la muerte de sus padres lo bautizaron con nombre de mujer. Para entonces él no tenía definida su identidad sexual. Fue sor Margarita. “Yo nunca me bañé ni me desnudé enfrente de ellas, me iba para un bañito; yo usaba pantis estilo calzoncillo, fingía el periodo menstrual, usaba vestidos grandes”, relata ahora en su veteranía fuera de los noviciados. Del último lo echaron cuando una monja se enteró de su relación con otra hermana a la que dejó embarazada. No les guarda rencor y aceptó el castigo del destierro. Pasó de no saber a mentir abiertamente. Marche preso al ostracismo.
El tercer suceso –tan real como los anteriores- ocurrió en el sur de Madrid. Un hombre usaba un destornillador para levantar las persianas de comercios que robaba por las noches usando un calzoncillo en la cabeza a modo de pasamontañas y medias en las manos para no dejar huellas. La policía se anotició de sus fechorías no porque alguien lo viera –era muy discreto, ya que solo robaba dinero en efectivo-, sino porque en cinco meses recibió una veintena de denuncias con el mismo modus operandi. El hombre de la ropa interior expuesta hacia afuera y en zonas impropias fue pescado in fraganti con su pequeño botín de siempre: el contenido de una caja registradora y las propinas de los empleados. Lo detuvieron con el calzoncillo en la cabeza. No hubo prêt-à-porter que lo salvara de la cárcel.
Y la última historia es la más increíble de todas. Una señora con varias causas penales, condenada dos veces en un trámite del que participó más de una docena de jueces que analizaron infinidad de pruebas que la hallaron culpable en dos instancias -incluso ella había apadrinado a varios de ellos para esos cargos- denunció una confabulación planetaria en su contra y llamó a resistir porque la igualdad ante la ley es puro cuento. Pasó en esta ciudad, el martes pasado, al conocerse el fallo de la Corte.