Alcaraz, Lamine y Mastantuono, cracks de una nueva generación que escribe su propio libreto
Las jóvenes estrellas de esta época que buscan ser los mejores, mientras aprenden a istrar el talento
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Diego, dice Martí Perarnau en su último libro (El fútbol y su filosofía), huía. Huía de Villa Fiorito, del barro, de los halagos, del dinero, de sí mismo. “Del deseo perpetuo de ser Maradona”. Diego huía, sigue Perarnau, aunque “no tenía culpa de nada, salvo de istrar sin mesura su talento inmenso”. El exatleta y periodista catalán escribió su libro antes de que la siempre pacata señora de ojos vendados se viera también ella desbordada ante la dimensión global del personaje, que ni siquiera muerto tiene derecho a un juicio justo. La excepcionalidad de Maradona, sin embargo, no impide el debate: ¿cómo puede un genio precoz del deporte istrar su talento inmenso, sin caer en la trampa del éxito, la fama y el dinero?
En Open, su fabulosa autobiografía de 2009, Andre Agassi (ocho títulos de Grand Slam, oro olímpico) contó que, desde los seis años, su padre exboxeador lo sometió a entrenamientos en los que debía devolver 2500 pelotas diarias de una máquina. Eran 17.500 pelotas por semana. Casi un millón por año. Y si un golpe salía mal, le decía su padre, no debía pensar sino, simplemente, pegar más fuerte el tiro siguiente. El patio de la casa como cárcel. Confesó su “odio” al tenis. Y el ambiente le respondió crítico. Lo trató de ingrato. El estadounidense lo dijo cuando ya estaba retirado.

Carlos Alcaraz, flamante bicampeón de Roland Garros, confiesa en cambio sus dudas cuando está en los inicios de su lucha por ser el número uno del mundo. Dice que quiere ser el mejor, pero sin convertirse en un “esclavo” del tenis. Y que, cuando el estrés agobia, prefiere parar e irse a recargar pilas con amigos, salir a bailar (“reventarse” en Ibiza), vivir sus ahora veintidós años. Lo dice en un documental reciente de Netflix de título elocuente: A mi manera.
Alcaraz, lo apuntaron muchos, osó “traicionar” su rol de heredero de Rafael Nadal. Su modelo de multicampeón estoico. Resiliente. Y nosotros, testigos de su sufrimiento corporal. Toni, tío y severo entrenador de Rafa, escribió en El País, en pleno Roland Garros, que “sin duda, el deporte de élite requiere de una gran dedicación”, y se paga “un precio” por ello. Pero hablar de “sacrificio” por entrenarse duro desde niño, perderse fiestas con amigos o navidades familiares, dijo Toni, puede ser “ofensivo para la inmensa mayoría de trabajadores” anónimos que madrugan más temprano, trabajan más tiempo y por una compensación mucho menor. Toni fue aún más directo en el podcast Nude Project: “Si le agobia, pues que deje el tenis”. Alcaraz, que ira a Rafa, evitó polemizar. Estaba dedicado a ganarle el domingo una final épica a Jannik Sinner. A conquistar su quinto título de Grand Slam a la edad de 22 años, un mes y tres días, exactamente la misma edad de Nadal cuando ganó Wimbledon en 2008, también su quinto Grand Slam. Cada uno a su manera.
Lamine Yamal, 17 años, es otro de los nuevos supercracks. El futbolista del momento. También él se muestra festivo en las redes. Si Alcaraz no quiere ser Nadal, Lamine, me apunta un colega desde España, no quiere ser Xavi. A diferencia del exmediocampista multicampeón con el equipo blaugrana, Lamine no proclama a Barcelona como equipo bandera de un fútbol modélico. Simplemente hace goles brillantes. Alcaraz y Lamine son una generación nueva. Cracks de un deporte que hoy debate sobre salud mental. No se jactan de sacrificios “inhumanos”. Y tampoco compran todos los legados. ¿Acaso Lionel Messi, por ejemplo, copió en todo a Diego Maradona? Leo honró dentro de la cancha la tradición de compromiso para llevar a la selección a una nueva Copa Mundial. Pero afuera de la cancha su propio camino. Open es un libro. Y A mi manera es un documental. Eligen recortes en carreras que son mucho más amplias. Es imposible llegar a la cima sin disciplina ni esfuerzo, por mucho “odio” que provoque. Sin renunciamientos.
Entre nosotros, el nuevo fenómeno generacional de nuestro deporte es hoy Franco Mastantuono, 17 años, serio, debutante más joven en la historia de la selección en partidos oficiales, la venta más cara del fútbol argentino. Se va rápido porque, justifica la prensa, es “imposible decirle no a Real Madrid”. El superclub. Eso sí, su mentado “señorío” entra en crisis cuando deja de ganar. Este año amenazó con no jugar una final porque los árbitros dejaron de ser de su agrado. Y ahora precipitó el fichaje de Mastantuono porque precisa competirle a Lamine. Mastantuono, es cierto, avisa crack. Cuentan que el propio Messi, sentado en un sillón al lado del presidente de la AFA, Chiqui Tapia, rompió su habitual prudencia para elogiarlo en el predio de Ezeiza, en octubre pasado, en un amistoso de la selección Sub20 contra Uzbekistán. “Cuando se le suelta la pierna es picante”, dijo Leo, también él cada vez más conciente del tiempo nuevo, al punto que anoche en el Monumental pidió reemplazo, aun cuando la Argentina perdía ante Colombia. Pero Mastantuono no es “el heredero”, como lo señaló alguna crónica de TV en esta doble fecha FIFA. Ojalá lo sea. Por ahora, está en los inicios de su explosión. Aprendiendo a istrar talento.