La singular obra paisajística que, en Mendoza, rinde homenaje a Borges
En San Rafael, se diseñó un laberinto vegetal que invita a sumergirse en el universo del creador de “Ficciones”
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MENDOZA
“Bienvenidos a un nuevo universo”, anticipa el cartel de ingreso a Finca Los Álamos, donde se encuentra el “Laberinto de Borges”. A 20 minutos del centro de San Rafael –234 kilómetros al sur de Mendoza–, la conexión es con el escritor, poeta y ensayista de la Ciudad de Buenos Aires, figura clave de la literatura universal. Pero también es con el mentor de este juego verde de casi una hectárea, Camilo Aldao, un soñador curioso que antes de morir dejó sembrada hasta la última semilla en su estancia familiar de la región de Cuyo.

En un predio del siglo XIX y 8700 m2, las historias se ramifican en el nombre de cada miembro de un clan numeroso, aunque el protagonismo de la escritora Susana Bombal, la tía abuela predilecta de Camilo, es inevitable. Amiga y en ocasiones traductora de Jorge Luis Borges, aquellas tierras mendocinas fueron para esta mujer el entorno natal, al que siempre regresó. Huérfana de niña e instalada más tarde en Buenos Aires, la casa de la infancia de Susana permaneció como refugio para el descanso y morada para los amigos como Borges, que la visitó en dos oportunidades.
Manuel Mujica Lainez le dedicó un poema a la propiedad y Claudia Piñeiro, mucho después, los ocho capítulos que integran Conversaciones en el laberinto (Canal Encuentro), donde referentes de la cultura como Juan Sasturain, Liliana Bodoc o Carlos Gamerro dialogan sobre “Borges y el policial”, “Borges y los mitos”, “Borges y la política”, entre otros disparadores
Tres décadas después de que el escritor falleciera, el “Laberinto de Borges” fue inaugurado como una obra de arte viviente, construida con 8.000 buxus, unos arbustos de hoja perenne de casi un metro setenta de alto. Como centro cultural, abierto al público en el año 2006, tiene al laberinto en el centro de la escena, rodeado de viñedos y un bosque frondoso, con pulpería, bistró, museo, tienda y zona de juegos infantiles. Las palabras son aquí versos del creador de El Aleph y huellas que aparecen en el camino, por senderos donde es fácil perderse. La torre de observación de 22 metros “María Kodama” se levanta a su lado y permite contemplar el circuito en perspectiva: “un libro abierto al universo” con una simbología propia de Borges.

Aseguran los Aldao –Ignacio, Carolina, Sofía y Marcos–, cómplices del anhelo de Camilo –su hermano mayor–, que se trata del primer monumento en su tipo para recordar a Borges, tal cual lo deseaba: “Quiero laureles verdes, reales, vivos, no esos de oro o metal”, rescatan de una cita pronunciada por el escritor en Roma, en 1984. “Con Susana tuvieron una relación de mutua iración que duró toda la vida”, afirman, además de encuentros frecuentes para almorzar o tomar el té en el departamento de ella, en Recoleta, sobre Vicente López esquina Callao.
Una década más tarde, las ganas de Camilo Aldao (con el apoyo de sus hermanos), el inconsciente de Randoll Coate y la generosidad de María Kodama encontraron un sitio alejado para la obra, en la finca por la que Jorge Luis Borges caminó las veces que vino a Mendoza
De aquella conexión surgió luego otra, cuando Randoll Coate –un diplomático lector de Borges y diseñador de laberintos para castillos de Europa–, le pidió a Susana conocer al autor de Ficciones. Y así fue. Se hicieron los tres amigos. Cuenta la historia en una carta dirigida a la señora Bombal en 1979, que una noche el paisajista inglés soñó –literalmente– que construiría un laberinto en homenaje al escritor argentino más relevante.
“Cinco años después de que Borges muriera tuve un sueño tremendo (...). Inmediatamente me puse en o con Susana y le dije: Debemos procurar que Borges no sea recordado con esas estatuas terribles llenas de ángeles y ese tipo de cosas. Tiene que ser algo verdaderamente borgeano, es decir, un laberinto”, expone Randoll Coate al comienzo del documental Jardín de Sueños (2014), que reconstruye la historia del lugar bajo la dirección de Javier Tanoira y Alejo Yael.
Con la correspondencia en la mano, que encontró Camilo después de la muerte de Susana en 1991, viajó a Londres para conocer en persona a Randoll Coate. La sorpresa no fue menor cuando el arquitecto de senderos le entregó el diseño soñado. Entonces Camilo ó a María Kodama y ella, a su vez, a Carlos Thays (nieto) para trazar un máster plan del laberinto aunque el lugar indicado aún no aparecía.
Una década más tarde, las ganas de Camilo Aldao (con el apoyo de sus hermanos), el inconsciente de Randoll Coate y la generosidad de María Kodama encontraron un sitio alejado para la obra, en la finca por la que Jorge Luis Borges caminó las veces que vino a Mendoza.

En esta manifestación, salida del inconsciente y la fantasía, aparecieron a su vez los denominados “laberínticos”, en referencia a cuatro amigos de Camilo que impulsaron y le sumaron ilusiones a la hazaña: Gabriel y Marcello Mortarotti, Andrés Ridois y Mauricio Runno. Juntos viajaron a la capital de Inglaterra, se encontraron con el paisajista y regresaron con un diseño del laberinto actualizado, para comenzar los trabajos en San Rafael.
Según la última versión, que es la que puede ser recorrida, el apellido “Borges” seguiría espejado entre los buxus por la fijación del poeta con “la duplicación visual de la realidad”, aparecería la “K” de su compañera Kodama y se leería, desde el aire, “Jorge Luis”. Además se escondería el “86”, por los años que vivió y el año de su muerte, y también la “cinta de Moebius”, porque “el tiempo es infinito y paralelo”. Aparecería un reloj de arena y un bastón, compañero de sus caminatas y un signo de interrogación, como representación de “la perplejidad, la curiosidad y la duda”.
Inspiración contagiosa
Carolina Aldao es quien recibe a La Nación con datos, historias, recorrido propio y la interpretación que elabora de la hazaña. Deja en claro que es su hermano Ignacio el principal responsable de que todo funcione a la perfección. Es una tarde soleada en Finca Los Álamos, que contiene ahora a decenas de turistas que se pierden, se desesperan, se divierten, se preguntan e intentan volver por un camino confuso, cuidado y protegido, que devuelve una experiencia insólita. Para vértigo, está la torre de más de veinte metros, desde donde cobran sentido los símbolos que allí se esconden.

“Mis antepasados fueron de Mendoza hasta que mi bisabuelo, Domingo Bombal, murió en 1906 en este lugar. Después de eso mi bisabuela se instaló en Buenos Aires con sus tres hijas: mi abuela Raquel, Susana y Rosa. Susana fue amiga de Borges, pero también de su hermana Norah y de su madre, Leonor Acevedo Suárez. En el caso de Borges, se hospedó aquí en más de una oportunidad y en una de ellas vino con su madre. También lo hizo cuando recibió el Doctor Honoris Causa de la UNCuyo en 1956”, resume Carolina.
La casona está retirada del Laberinto y se conserva como bien de familia. Es un tesoro escondido, privado y habitado de manera alternada por los hermanos Aldao. Por cercanía o razones literarias, es también visitada por algunas excepciones. Una construcción de 1830 abre un abanico de galerías y habitaciones que se conectan para un viaje en el tiempo. Pinturas, libros, murales, objetos y muebles antiguos le dan vida a un pasado en el que el arte fue el mayor patrimonio de Susana.
Manuel Mujica Lainez le dedicó un poema a la propiedad y Claudia Piñeiro, mucho después, los ocho capítulos que integran Conversaciones en el laberinto (Canal Encuentro), donde referentes de la cultura como Juan Sasturain, Liliana Bodoc o Carlos Gamerro dialogan sobre “Borges y el policial”, “Borges y los mitos”, “Borges y la política”, entre otros disparadores.
“María Kodama conoció el lugar, vino varias veces y estuvo de acuerdo con que el Laberinto se hiciera aquí, porque además sabía de la relación cercana de Borges con Susana. En una ocasión les habló del proyecto a los monjes benedictinos de San Giorgio Malliore, una isla en Venecia frente a los dos canales donde Borges y ella habían estado. Cuando les dijo lo que habían hecho en Mendoza, quisieron replicar el Laberinto y así fue. Es precioso. En su momento viajamos a la inauguración con mi hermana Sofía, María Kodama y la viuda de Randoll Coate”, dice Carolina.
Para la familia, el Laberinto tiene que ver con el amor, el afecto y la amistad entre Borges, Bombal y Coate pero también con su hermano Camilo, por la cercanía que tuvo con su tía abuela, a quien adoraba. “Los buxus se terminaron de plantar en octubre de 2005 y nuestro hermano murió en enero de 2006, antes de inaugurar el espacio”. Se refieren a él como “un tipo muy genial”, que guardaba en su memoria las visitas de Borges al departamento de Susana, pero también a una quinta de Martínez junto a un grupo de lectura. Para los Aldao sostener esta misión representa un desafío y una gran responsabilidad.
Sobre el mantenimiento del lugar, Ignacio Aldao toma la posta: “Tenemos un equipo especializado de personas que cuidan del Laberinto todo el año y realizamos dos podas anuales para que mantenga la altura y el ancho deseado. Existe un sistema de riego por goteo, alimentado por es solares en forma directa. Es decir que con el sol hay riego y por la noche se corta. También regamos a mano unas seis veces al año y aprovechamos para fertilizar el predio y darle la humedad que necesita, porque está ubicado en una zona de clima desértico”, comparte.
Para visitarlo
El “Laberinto de Borges” es un centro cultural único en su tipo, ubicado al sur de la provincia de Mendoza. Abre todo el año y es, en palabras de su creador y sus impulsores, “una invitación a agudizar los sentidos”. Como obra de arte viviente es disfrutada durante todo el año por visitantes que recorren los senderos rodeados de un parque gigante que incluye un mirador, iluminación –en las noches de verano–, un restaurante de cocina criolla, juegos infantiles, bosque y museo donde se reconstruye su historia. El paseo cuenta además con una audioguía y, en ocasiones, la posibilidad de presenciar degustaciones y shows artísticos. Está situado en Calle Bombal S/N. Cuadro Nacional, San Rafael. Abre todos los días de 10 a 19. con una entrada económica. Para más información: +54 9 260 463-8780
Un poema
No habrá nunca una puerta. Estás adentro
Y el alcázar abarca el universo
Y no tiene ni anverso ni reverso
Ni externo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino
Que tercamente se bifurca en otro,
Que tercamente se bifurca en otro,
Tendrá fin. Es de hierro tu destino
Como tu juez. No aguardes la embestida
Del toro que es un hombre y cuya extraña
Forma plural da horror a la maraña
De interminable piedra entretejida.
No existe. Nada esperes. Ni siquiera
En el negro crepúsculo la fiera.
“Laberinto”, Elogio de la sombra (1969), Jorge Luis Borges
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