Katalin Karikó, Premio Nobel de Medicina 2023: “Cuando veo a un antivacuna, lo que pienso es en cómo educarlo”
Con sus investigaciones, la científica húngara ayudó a mitigar la pandemia del Covid; hoy, asegura: “Los verdaderos héroes de la pandemia fueron los trabajadores de la salud”
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Posiblemente haya sido su filosofía estoica; quizá fue haberse criado en un pueblo de 10.000 habitantes cuando Hungría formaba parte del eje soviético; quizá algo de su personalidad singular, que cuando era niña la hacía mirar con curiosidad el interior de los animales que su padre carnicero llevaba a su casa de adobe y sin agua corriente. Lo cierto es que Katalin Karikó no guarda el mínimo rencor hacia quienes le pusieron trabas en su carrera científica, que no le dieron financiamiento y hasta la obligaron a mudarse de país. Ella siguió adelante, convencida de que tenía algo importante en sus probetas.
Y vaya si tenía razón: aun antes del Nobel de Medicina de 2023, recibió decenas de los grandes premios científicos que le aseguraban lo que siempre le faltó, fondos para investigar y reconocimiento de los colegas. ¿Qué hizo esta húngara, hoy de 70 años, casada desde hace 45, con una hija dos veces campeona olímpica en remo (Susan Francia) y dos nietos? Karikó fue quien desarrolló la técnica de ARN mensajero que permitió una nueva plataforma de vacunas, cuyo éxito ayudó a paliar la pandemia del Covid desde fines de 2021. Es la vacuna que seprodujo en Alemania, en la empresa BioNTech, que luego se asoció con Pfizer para distribuirlas en todo el mundo. Y que además es una plataforma que se está probando en muchas otras enfermedades, incluyendo ciertos tipos de cáncer.
El hecho de que cientos de millones de personas tengan en sus cuerpos algo que empezó a nacer en su oscuro (literalmente: no tenía ventanas) laboratorio, no la envanece para nada, ni cree haber salvado a millones de personas, como sí lo hizo. “Los verdaderos héroes de la pandemia fueron los trabajadores de la salud”, dice, y no parece ser una pose. Aunque sí la pone triste el movimiento antivacuna que forma parte de una “locura temporal” que vive los Estados Unidos. “Por mi filosofía, cuando veo a un antivacuna lo que pienso es en cómo educarlo, cómo conseguir que entiendan los beneficios de la vacunación”, agregó en un diálogo vía Zoom de casi una hora con La Nación quien prefiere que la llamen Kati, pero que en algún momento fue llamada “la loca del ARN”.
“Mi ejemplo muestra que crecer en una casa de adobe y que tus padres solo hayan hecho la primaria –eran inteligentes, pero no tuvieron la posibilidad de seguir estudiando– no significa no poder ir a las mejores universidades del mundo. Y si te echan, te vas a otro lado"
–Después de diez años en Alemania dejaste BioNTech, ¿qué te ocupa en estas horas?
–Justo me encontraste haciendo las valijas porque mañana me voy de Budapest a Estados Unidos. Estuve mirando papeles e investigaciones para las conferencias que voy a dar allá. También estuve ocupada con mi libro, que se tradujo a varios idiomas (en España se distribuyó con el título Rompiendo barreras. Mi vida dedicada a la ciencia). También se publica en Irán, en farsi, y escribí un prefacio para esa edición. También hablé con periodistas de China por el libro. Allá la competencia entre estudiantes es tan fuerte que, si algo no pasa tal como se preveía, si tienen problemas, bueno, la tasa de suicidios es alta. En mi libro cuento los problemas que tuve, los contratos que me rompieron varias veces. Por eso están tratando de mostrarlo: para que sepan que, cuando hay problemas, hay que levantarse, pasar de página y seguir adelante. No es el fin de nada que algo salga mal. Encontraron que es un mensaje muy apropiado para los jóvenes en este contexto. Durante 40 años trabajé en cosas que nunca vieron la luz... ¿Vos sos científico?
–No, soy periodista de temas de ciencia.
–De acuerdo. Yo estudié algo de lo que no hablé durante décadas. Cuando trabajaba con Ugur Sahin, el fundador de BioNTech, una vez le dije que teníamos que comunicar, ya que Moderna (la compañía norteamericana con la que competían por el desarrollo del nuevo tipo de vacunas) estaba dando entrevistas. Y él me respondió: vamos a hablar cuando tengamos algo que anunciar. Es decir, cuando estén los resultados tendremos de qué hablar; mientras tanto, a seguir trabajando. Ahora estoy preparando algo que siempre quise hacer y creo que el año que viene vamos a empezar un ensayo clínico.
No guarda el mínimo rencor hacia quienes le pusieron trabas en su carrera científica, que no le dieron financiamiento y hasta la obligaron a mudarse de país. Ella siguió adelante, convencida de que tenía algo importante en sus probetas
–¿De qué se trata?
–Es acerca de una enfermedad que prefiero no mencionar para no tener mañana una fila de pacientes y familiares en la puerta de mi casa.
–¿Tiene que ver con su técnica de ARN mensajero?
–No. Está basado en el conocimiento que fui obteniendo durante la investigación de la técnica de ARNm. Posiblemente el año que viene pueda dar más detalles. Ahora no sigo en el laboratorio. Como verás (se toca la cara y el cabello) soy una mujer de 70 años, lo que hago es organizar el ensayo clínico, ver papers anteriores, cuestiones de patentes. Es mucho trabajo, pero es otro trabajo.
–A la hora de hacer un balance tras la pandemia, ¿qué se aprendió en estos cinco años y qué falta aprender?
–Hemos aprendido un montón, aunque en Estados Unidos parece que todavía no se han dado cuenta. No se ha educado a la gente de manera adecuada respecto de la ciencia y de lo que hacemos los científicos. Es un poco tu trabajo y el mío hacer que la gente entienda la ciencia. Hay enojo, por ejemplo, porque se investiga la Drosophila, una pequeña mosca, porque no se explica que no es que queremos que la Drosophila sea feliz y viva mucho, sino que son modelos animales; no explicamos que aprendemos cómo funciona la mosca para después trasladar el conocimiento al humano y así crear medicinas. Tenemos que traducir a un lenguaje simple y que todos entiendan; de otro modo, se enojarán con nosotros. O dirán “te damos el dinero (en tanto pagamos impuestos) y a cambio nos das un medicamento que no podemos pagar”. Nos salteamos la parte de explicar todo.
–¿Se trata entonces de un problema de comunicación?
–Sí. Es lo que pasa en los Estados Unidos. Creen que los científicos somos una élite, somos los que tenemos el conocimiento, los que tenemos todo, y que no nos importa el resto. Se dan cuenta de que tenemos becas, grandes edificios y los demás quedan atrás… cuando les pido a estudiantes que mencionen estrellas de hockey, me pasó en Canadá, todos levantaron las manos, pero no pudieron mencionar un científico local. Les dije a los periodistas que debían hablar más de nosotros, pero me respondieron que son temas que no interesan a las audiencias. Pero si no escriben sobre ellos… (hace gestos con las manos, indicando que se trata de un círculo vicioso).
–Personalmente, ¿cómo siente el hecho de aparecer en los medios y ser una celebridad?
–Hay que entender que durante 40 años no tuve ningún tipo de premio, de reconocimiento e incluso dinero para solventar mi trabajo. Para una mujer grande como yo es más fácil lidiar con esto ahora. La primera vez que me dieron un micrófono no sabía qué hacer, ni qué decir. Pero me di cuenta de que soy una de las muchas científicas que trabajó durante muchos, muchos años. Ahora, cada vez que me dan un premio lo recibo en nombre de todos esos científicos que quizá nadie conoce, pero trabajaron muy duro muchos años para aportar al conocimiento… Y sabés qué, el hecho de que te den premios pone un poco celosa a la gente, los enoja, dicen “por qué no lo recibo yo también”. Así que yo los acepto, pero los acepto en nombre de todos los demás. Además, como pocas veces se celebra a la ciencia y a los científicos, me parece que toda oportunidad es buena. Me gusta ser representante de todo ese movimiento. En muchas ocasiones incluso agradezco a gente que me complicó la vida, me hicieron tener que trabajar más duro y mejorarme. En mi libro digo que si todo hubiera salido como realmente yo quería en cada momento, no estaría aquí, en esta posición, en Hungría, después de tantos años afuera, sino que no me hubiera ido nunca porque era feliz en mi país. A veces te fuerzan a salir de tu zona de confort y descubrís cosas de vos mismo que no sabías que existían y cosas que podías hacer. Por eso trato de hablar a las nuevas generaciones, donde casi nadie quiere ser científico, todos quieren ser influencers. Tengo que mostrarles la belleza de la ciencia, que no todo es sudar, sino que también es divertido ser científico. De eso hablo y eso quiero presentarles a los estudiantes. Cómo manejar el estrés, la salud física y la salud mental. Creer en sí mismo. Y mi ejemplo muestra que crecer en una casa de adobe y que tus padres solo hayan hecho la primaria –eran inteligentes, pero no tuvieron la posibilidad de seguir estudiando– no significa no poder ir a las mejores universidades del mundo. Y si te echan, te vas a otro lado. Vos sabés que por las redes sociales todo el mundo quiere lucir exitoso, tener fotos en lugares magníficos, con el mar detrás, en un yate, mostrando lo bien que está, que tiene un buen auto… y la gente no se preocupa por su propia felicidad. Yo me casé con un señor que era un trabajador manual y podrían decir: qué poco exitosa, no se casó con un científico o un abogado, o un médico. Y lo hace gente que ya se ha divorciado cuando yo llevo 45 años casada... A veces juzgan que casarse con alguien de buena posición es un éxito. Pero no, para nada. Eso trato de decir.
“Las vacunas tradicionales contra el sarampión y la rubeola contienen ARN de alguna forma. Y ahora parece que es un problema que haya vacunas con ARN. Como estoica, pienso en lo que tenemos que hacer para cambiar esa situación”
–¿Cómo ha visto la evolución de su técnica de ARN mensajero después del éxito de la vacuna? ¿Esperaba semejante crecimiento y que se la busque aplicar para las más diversas enfermedades?
–A veces me escribe gente que me pregunta si hay trabajos con esta técnica para tal o cual enfermedad, entonces me pongo a buscar y la mayoría está en China. Si llegan a seguir con esta guerra sucia en Estados Unidos, y se detiene la investigación… en la otra esquina del mundo siguen trabajando. Es tan inmenso el avance de la ciencia y la tecnología allá que están haciendo editado in vivo con (la técnica Crispr) Cas9, cosa que aún no se hace en el mundo occidental. Así que también están avanzando con el ARNm. Hay muchas vacunas en desarrollo contra virus, bacterias (como contra la tuberculosis), la enfermedad de Lyme, y también para la malaria, que la origina un parásito, para la cual también hay un ensayo clínico en curso con ARNm. También en oncología, donde se busca para distintos tipos de cáncer para que los anticuerpos reconozcan antígenos en la superficie del cáncer con ARNm; para codificar citoquinas que estimulen el sistema inmunológico dentro del tumor para inyectarlo dentro; es lo que estamos haciendo con un laboratorio privado. También para enfermedades genéticas, como la fibrosis quística. Y una empresa norteamericana lo está usando para miastenia gravis en fase III y para lupus en fase I. Ahora hay una locura temporaria en Estados Unidos, pero cuando el polvo caiga… bueno, quizá pase como con los científicos argentinos que tuvieron que migrar a Estados Unidos para trabajar y ahora los científicos de Estados Unidos se muden a China para investigar.
–¿Ya está pasando?
–No todavía, pero así son las cosas, la gente va hacia los lugares donde realmente sucede lo interesante, uno tiene una sola vida, no se puede quedar esperando. Si podés irte para aprender lo hacés y en todo caso volvés para tu país más adelante.
–Sé que es una pregunta que ya ha respondido, ¿pero es consciente de la cantidad de vidas que ha salvado del Covid?
–Es que no fui yo sola. Fuimos muchos, muchos otros juntos. Siempre enfatizo que los verdaderos héroes de la pandemia fueron los médicos y enfermeros, el personal de salud que atendió a los enfermos, incluso la gente de limpieza de los hospitales. Ellos arriesgaron su vida de verdad. Yo no… solamente arriesgo mi vida cuando voy rápido por la autopista (se ríe), pero no en el laboratorio. Esa gente son héroes, junto con los voluntarios que pusieron el brazo para que se probara la vacuna.
–Pero también es cierto que sin la vacuna que usted desarrolló nada hubiera sido posible.
–(Se pone seria, un poco se enoja) Yo no me lo tomo así, no tomo el crédito de todo eso, de ningún modo. Nunca busqué reconocimiento, que la gente hablara de mí. Creamos un producto, sin publicaciones, sin nombres, en busca de hacer algo que sea útil.
–Y hablando de vacunas, ¿cómo ve el movimiento antivacunas? ¿Cree que hay alguna razón detrás?
–Es muy triste. Ya murieron de sarampión al menos dos nenas en Texas, Estados Unidos. Ahora parece que (el secretario de Salud norteamericano Robert) Kennedy dijo que sí hay que vacunar en medio del brote. Antes había recomendado terapias alternativas como el aceite de hígado de bacalao. Pero el sarampión mata, e incluso es posible que los 600 afectados tendrán consecuencias, aunque no sean mortales, porque el virus puede causar daños cerebrales y otro tipo de perjuicios. En mi libro cuento que mi filosofía es estoica, me enfoco en lo que puedo hacer. Entonces, veo a un antivacuna y lo que pienso es en cómo educarlo, cómo conseguir que entiendan los beneficios en este caso de la vacunación. En ese vacío, la gente se educa sola con YouTube o Facebook sobre inmunología y entonces dice cosas estúpidas. Las vacunas tradicionales contra el sarampión y la rubeola contienen ARN de alguna forma. Y ahora parece que es un problema que haya vacunas con ARN. Como estoica, pienso en lo que tenemos que hacer para cambiar esa situación.
–Y como estoica, ¿tiene confianza en la humanidad, en su futuro?
–Creo, soy optimista, soy una persona alegre. Encuentro qué puedo hacer. Diez años antes de recibir el Nobel, la Universidad de Pensilvania terminó el contrato que tenía conmigo y me expulsó después de 24 años de trabajo. Ese día agarré el auto y me fui pensando qué hacer. No me quejé, no me quedé pensando “oh, por qué yo, por qué a mí, que trabajaba sábados, domingos y feriados”. No, me traté de enfocar en lo que vendría. Nada de arrepentimiento, ni de venganza. Nada. Se terminó y listo. Igual que ahora, con 70 años, una hija exitosa y con nietas, podría quedarme sentada, pero no, pienso qué más puedo hacer.
–La sensación de que no la trataron bien a lo largo de su carrera no la afecta entonces.
–Yo no le echo la culpa a nadie. Quien me echó estaba operando un cerebro cuando me dijo, bueno, si no tenés cómo financiarte vas a tener que irte. Así de simple. Hoy lo veo y hablo con él. De hecho, la última vez que lo vi me dijo que iba a dar una charla sobre mí bajo el título “Cómo la perdimos”. Me reí. No tengo sentimientos negativos para con él.
–¿Los diez años de trabajo en Alemania fueron mejores?
–Empecé a trabajar con ARNm en 1989, con mejoras todo el tiempo, más cantidad de proteínas generadas de tal manera que pudimos inyectar a animales (de laboratorio). Y nos dimos cuenta de que podía ser un tipo de medicina. Cuando fui a BioNTech, que es una compañía inmuno-oncológica que usa el ARN, pensé que podíamos desarrollar ciertos programas. Cuando llegué en 2013 ya tenían un ensayo clínico para una vacuna como tratamiento contra un cáncer. Por eso fui, porque ya tenían un ensayo y podían producir ARN de calidad como para un ensayo clínico. Quería usar RNA modificado para terapia. Le dije a Ugur que iba si podía usar eso que ya tenían.
–¿Y por qué estaba tan convencida de que la técnica podía funcionar?
–(Sonríe) Porque podía ver el efecto. Para trabajar con él, al ARN, que se produce a partir del ADN, se lo obtiene después de aislarlo de una bacteria. Al principio, al extraerlo viene con muchas enzimas que degradan al ARN. Y eso contamina todo el laboratorio. Por esta razón, cuando dije que iba a trabajar con ARN todos sintieron pena por mí, pobre Kati, porque se iba a contaminar todo por esta degradación. Pero yo logré hacer la extracción con una técnica que no contaminaba. Pude ver el progreso y conseguí llevar al ARN a que haga que la célula sepa cómo conseguir la proteína, que sean proteínas funcionales, incluso cuando estaba “decorada” de manera complicada con cosas como azúcares. Como las células son muy inteligentes, captaron el mensaje y así las proteínas resultaron funcionales. A veces pensaba en cómo podría funcionar en las heridas: viste que a los remeros se les llenan las manos de ampollas. Le pasaba a mi hija. Creía que con un poco de ARN podía arreglar más rápido el tema. Si colocamos proteínas sobre la herida se echan a perder, es como que se caen. Pero si ponés ARN para que generen proteínas podía pasar que después de unos días mejoraran las ampollas. Pensé que sería algo maravilloso. Las proteínas terapéuticas, además, son caras porque tienen que ser purificadas. Pero el ARN lo hace directamente en el cuerpo y no hace falta purificar nada. Entonces también es barato. No tiene más efectos que el buscado. Termina siendo como una medicina convencional. La terapéutica, en definitiva, no es en realidad el ARN, sino la proteína que codifica.
“Ahora hay una locura temporaria en Estados Unidos, pero cuando el polvo caiga… bueno, quizá pase como con los científicos argentinos que tuvieron que migrar a Estados Unidos para trabajar y ahora los científicos de Estados Unidos se muden a China para investigar"
–Con el avance del conocimiento y de las modificaciones a nivel celular, hay científicos que se atreven a hablar de que los humanos pueden vivir cientos de años, e incluso se tientan a hablar de inmortalidad. ¿Qué le parece?
–¿Cientos de años? Noooo (tira la cabeza para atrás, mueve las manos y se ríe). Además, quién quiere vivir para siempre. Está bien tener 70 u 80 años y sentirse joven, por respirar aire limpio, tomar agua pura, dormir lo suficiente, comer bien, por las muchas cosas que uno puede hacer, como no tener estrés. Pero no mucho más porque la punta de los cromosomas se vuelve más corta a medida que pasa el tiempo. El reloj es insobornable.
–Menciona a menudo la importancia de mantener la salud mental y física porque “hay que estar felices y sanos para ayudar a otros”. Dijo que es “como cuando cae la mascarilla del oxígeno en el avión, que te dicen que primero tenés que ponértela vos y después socorrer a los demás”. ¿Por eso sigue corriendo cada mañana?
–Ya no. Tengo un problema en las piernas, así que no puedo ya. Pero mi hija me dio una máquina para hacer remo que tengo en mi living así que remo cada día seis kilómetros.
–Contó con emoción que conoció al Papa Francisco en audiencia privada. ¿Cómo fue ese encuentro y cómo es su relación con la religión y Dios siendo científica?
–Yo no soy religiosa, no soy de ir a misa. Pero fui invitada a dar una charla al Vaticano justo en un momento donde estaba enfrascada en un ensayo clínico, entonces dije que no. Pero mi hija me dijo que tenía que ir, que iríamos todos y que los nietos tenían que ser bendecidos. Aunque mi hija y su marido tampoco son religiosos, llevaban a sus hijos a un jardín de infantes religioso. Así que fuimos con toda la familia, con mi marido, hija, yerno, nietos, a la audiencia con Francisco, di la conferencia y fui elegida para la Pontificia Academia par la Vida.
–¿Cuánto le cambió la vida después del Premio Nobel?
–Debo decir que justo antes del Nobel, entre 2021 y 2023, me llovieron los premios, fueron más de cien. Estaba tan sobrepasada. Obviamente el Nobel es el más famoso y a partir de ahí la gente me reconoce en la calle en Hungría. Pero no soy esa clase de persona, no se me sube a la cabeza, soy demasiado vieja ya. No siento que merezco algo especial por lo que hice. Así que no cambió demasiado… Fijate que en una semana me dieron doctorados honorarios en la Universidad Rutgers, después en Harvard, y cuatro días después en Princeton, fue increíble recibir tantos honores.
–Quizás de los mismos que le negaron financiación.
–(Ríe) Todos me recuerdan allá. Pero no discuto con ellos. Por esta filosofía estoica mía, no hay que preocuparse, hay que mantener la homeostasis del cuerpo, seguir adelante, no hablar del pasado. No me importa. Vuelvo ahí y estoy feliz y agradecida.
–¿Cómo le resulta volver a vivir en Hungría después de tanto tiempo (se fue en 1985, todavía bajo el comunismo y fue una peripecia la salida)?
–Nos fuimos cuando mi hija tenía 2 años, pero veníamos todos los años. Mi madre murió en 2018 y no supo de mi fama. Pero lo curioso es que todos los octubres me decía “atenta que se vienen los Nobel y capaz mencionan tu nombre”. Yo le decía que no. Ella me veía trabajar duro y creía eso. Pero todos trabajamos duro en ciencia. Durante mis años en Alemania la visitaba seguido y hablábamos todas las noches por teléfono, así que conocía a todos mis colegas científicos porque la saludaban. Mi madre estaba muy atenta a todo. Y mi hija quiere que sus hijos aprendan húngaro, así que la conexión está intacta.
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