Mauricio Macri, el gato que se convirtió en hámster
Como Cronos, el dios griego que devoraba a sus hijos, el creador de Pro nunca pudo disimular su distancia o falta de fe en la victoria de las mujeres de su partido
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No me arrepiento de este amor”, el hit de Gilda, debe ser la música más profundamente asociada a esa vibración de fiestita de cumpleaños que cultivó el Pro como identidad partidaria. Apenas empezaban los acordes de Gilda, la cintura de Mauricio Macri se quebraba como si fuera la diana que da comienzo a la fiesta apolínea de la democracia, al cotillón benévolo del voto. Ya sea en ondas sonoras, como las de Gilda, que lo envuelven y lo hacen bailar, las mujeres siempre gravitaron en torno a Mauricio Macri como una constelación cargada de aspectos tácticos, llena de significados: la herramienta ideal y emotiva para contar una historia.
Por eso, la reciente derrota legislativa junto a Silvia Lospennato en la Ciudad es especialmente dura, porque conforma una serie con la derrota previa, junto a Patricia Bullrich. El verdadero protagonista de estas penurias electorales no es, en rigor, el tenor de las mujeres elegidas, sino el insólito circuito de equívocos extraños y venenosos que Macri establece con ellas. En campaña, la conversación pública nunca logra ser sobre las candidatas del Pro, sus métodos, estilos y propuestas, sino que el protagonismo mediático se lo llevan los mensajes contradictorios de Macri, que no puede disimular su distancia, sus resquemores, o su falta de fe en la victoria de las féminas Pro.
¿Será que Mauricio –a diferencia de Gilda– de pronto sí se arrepentía de ese amor, pero ya era tarde, ya estaban en campaña, y la verdad es que nunca aprendió a actuar? ¿Era Mauricio el coacheado crónico que de pronto se revelaba incoachable?
¿Cuál es la historia secreta que cuentan estas escenas donde Mauricio se va del plan, o parece jugar descuidadamente contra ellas? ¿Es posible que, como en el tango, el que lleva no sabe dejarse llevar? ¿Que acaso a Mauricio se le da bien la dinámica de ser acompañado por un equipo, pero le falta el equipamiento complejo de acompañar? ¿Será que Mauricio –a diferencia de Gilda– de pronto sí se arrepentía de ese amor, pero ya era tarde, ya estaban en campaña, y la verdad es que nunca aprendió a actuar? ¿Era Mauricio el coacheado crónico que de pronto se revelaba incoachable?
O acaso debamos seguir el rastro de algo más profundo y más oscuro, el trazo visible de una dinámica de poder que Mauricio establece ad intra su propia creación, el Pro. ¿Había Mauricio dejado de ser un gato (como lo bautizó el kirchnerismo, y que luego él adoptó pícaro) y se había convertido en hámster? Los hámsters son una de las pocas especies mamíferas que degluten sistemáticamente a sus crías.
Para Antoni Gutiérrez Rubí, el gurú contratado por el Pro (el artesano catalán detrás del lanzamiento de “Unidad Ciudadana” de Cristina Kirchner en 2017, y de la última derrota de Sergio Massa, entre otros hits), era fundamental que una mujer encabezara la lista amarilla contra La Libertad Avanza. La teoría era que nadie mejor que una dama para traccionar las emociones de la debilidad frente a Milei. Aclamada por sus discursos durante las sesiones por la legalización del aborto, Silvia Lospennato era sin duda la más identificada con la agenda de las mujeres, la más “progre” dentro del Pro.
Silvia le pidió a Macri que fuera su sombra, que la acompañara a todas partes. Si Silvia era la vulnerabilidad resiliente, Mauricio tendría el gesto galante de sostenerla. Así Macri contó que “Silvia me llamó llorando, ¡quiero dejar la política!” La debilidad estaba aflorando demasiado.
Lo que Lospennato no imaginaba era que sería Macri quien haría suyo el eslogan “Mi cuerpo, mi decisión”. Primero, Macri hizo de su cuerpo un ancla, sentado a su lado en televisión lanzando frases desesperadas o enfáticas como “¡vamos a perder!” (ella lo corrigió con suavidad: “yo me tengo fe”). El día de la derrota, el cuerpo de Macri se convirtió en algo muchísimo más ligero, y levantó vuelo esa misma noche rumbo a Lima, y luego a Madrid.
Cuando empezó a circular el video falso de Macri bajando la candidatura de Lospennato y llamando a votar al hombre de LLA, ya era tarde. Las acciones de Macri habían sido el tráiler que le daba espesor y veracidad al video: el Macri falso era una continuidad del Macri verdadero
Era evidente que Macri le había perdido el gustito a la retórica soft. Era más fácil jugar a la emocionalidad y a la cercanía suave cuando él, el Gato, era la bestia más temible y demonizada de la política por el tardo kirchnerismo. Milei, por el contrario, se encarniza en batir el récord del más monstruoso; jamás osará pronunciar una palabra de cuidado, de no violencia. En su debilidad profunda, cree que esto dañaría su marca. Pero para Macri era mucho más elegante jugar a aplacar el miedo, que colgarse el sayo desabrido del equilibrio republicano y llenar minutos de tele describiendo laberintos legislativos de Ficha Limpia.
Cuando el plan era dulcificarse, es decir, disolver la distancia que la percepción de su privilegio imprimía en los votantes, Macri empezó a hablar de sus terapias con el ego, vadeando despacio el new age light que consumen las celebridades argentinas. Macri inauguró la conversación de la salud mental en la política: él también sufría una enfermedad, como Milei, solo que Macri se la trataba. El trabajo con el ego de Macri era el límite de su progresismo; con Lospennato, se veía obligado a aventurarse a zonas demasiado cursis o aburridas para su legado de privilegio.
El juego al progresismo es un karma mortífero del Pro. La progresía de Silvia la había llevado a cometer el error horrendo, en la óptica de Macri, de apoyar a Horacio. Silvia era otra María Eugenia: otra leona que había osado abandonar el barco de sus directivas. Pero eso no es una explicación de su conducta: Patricia se había mantenido fiel, y sin embargo Macri jugó abiertamente en su contra.
Durante la campaña de Patricia, Macri se dejaba caer por shows en prime time y decía que le encantaba Milei y cómo encarnaba las ideas de la libertad, mientras Patricia competía por el Pro. ¿No era el León una forma recargada del Gato, no le daba su popularidad la razón, no lo redimía ante la Historia? La popularidad del León le daba la posibilidad de endulzar una revisión de su presidencia: Macri había sido un precursor de las ideas de la libertad, sólo que con los socios equivocados. Esto es, con Lilita y los radicales, que se escindieron como resultado. La picardía es que, ahora que Macri se sacó de encima a Lilita, él mismo se convirtió en la Lilita de Milei: pidiendo prudencia y respeto en nombre de la República, cargos al Ejecutivo y reclamando un lugar en la mesa del poder como co-artífice de la victoria del cambio. Un espejo inesperado para Macri: mitad hámster que devora a sus hijos, mitad Lila Carrió. La constelación de mujeres con la que construyó su historia de poder volvía sobre él, pero esta vez como pesadilla.
Patricia, estoica, no decía nada, mientras veía su campaña deshacerse también por errores propios. Absorbió en los huesos esa traición, y transicionó sin mirar atrás hacia el mundo bizarro de los Milei. No tuvo un problema en olvidar los dardos de Milei de la campaña: nada que hubiera dicho era más hiriente que lo que ella había vivido con Macri como candidata.
Por eso, cuando empezó a circular el video falso de Macri bajando la candidatura de Lospennato y llamando a votar al hombre de LLA, ya era tarde. Las acciones de Macri habían sido el tráiler que le daba espesor y veracidad al video: el Macri falso era una continuidad del Macri verdadero. De nada servía que el Macri auténtico hablara del peligro de unos “loquitos”. Ya no podía encarnar la sensatez versus la destrucción caótica.
Los hámsters tienen un precursor griego: Cronos, el dios del Tiempo, también era un padre devorador. Pero a diferencia de Cronos, los hámsters los devoran apenas dan a luz, cuando están más indefensos: a veces los ven débiles, o simplemente los perciben como porciones de proteína que salieron de su cuerpo y ahora deben reincorporar. No terminan de verlos como algo ajeno, con proyección o capacidades propias; son, a lo sumo, fracciones de su ADN a los que expulsar o reabsorber. A su manera, tampoco se arrepienten de ese amor: es sólo una parte del instinto que hace a su forma de ser.

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