“Enfrentar los miedos y superarlos es lo que nos salva”: la fórmula de Andrea Pietra, la actriz que brilla en El Eternauta
Figura de series televisivas que marcaron a una generación, hoy es la heroína de la serie argentina que sorprendió al mundo: “Al desafío yo le digo que sí, sin pensarlo”, dice
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A los dieciséis años Andrea Pietra ya sabía que quería ser actriz. Pero su papá era zapatero y a él todo el asunto de la actuación le parecía bastante tirado de los pelos.
Por eso la puso a trabajar en la empresa familiar y también en lo de un amigo suyo que tenía local en Harrods. Pero la convicción de Andrea seguía ahí: un día –como pasa en los cuentos de hadas– fue a un casting y su mundo se salió de la horma.
Llegó toda atolondrada a Canal Trece, con varias cajas de zapatos encima, porque tenía que abrir la zapatería a las cuatro de la tarde (ya eran las dos y pico). Cuando empezó la audición, solo pensaba en llegar a tiempo al local.
“¿Pero vos qué querés ser? ¿zapatera o actriz?”, se enfurruñó uno de los directivos del canal al verla tan apurada por irse. “Actriz”, contestó Andrea. “Mañana firmás contrato”, le respondieron.
Entonces salió a la calle, todavía con las cajas de zapatos al hombro, se sentó en el cordón de la vereda y empezó a llorar.
Pasaron casi cuarenta años de ese día y Andrea aún lo describe como si fuera una fotografía. También se acuerda de no haber podido abrir la zapatería a las cuatro y de decirle a su papá, con todo el orgullo del mundo: “mañana firmo contrato”.

“Ahí empecé a trabajar y nunca más paré”, cuenta la actriz, que después de aquel casting arrancó en la serie Así son los míos (1989-1990) y, en su primera década de carrera, anilló hits de la tevé como: Atreverse, La banda del Golden Rocket, Zona de riesgo, Poliladron y Verdad consecuencia, entre otros títulos. Se cumplía la premonición de su amiga de toda la vida, Alejandra Darín, quien una vez le dijo: “quédate tranquila, vos siempre vas a tener trabajo”.
Ahora mismo, en el primer piso de una sala de reuniones del hotel Four Seasons, paladea el éxito de El Eternauta (de hecho tiene puesta una remera con la cara de Juan Salvo en la escafandra, rodeada de brillitos). También anuncia que en septiembre se muda a España por dos meses para actuar en la obra Escenas de la vida conyugal, en la que hace pareja con Ricardo Darín.
Es curioso pero, mientras habla, uno siente que está frente a la estampa de una “buena mina”, o “buena madera”, si existe algo así, que se intuye en la mirada y en la forma aterciopelada que tiene de decir las cosas. Queda claro que, si uno anduviera en la mala, Andrea nos pondría una mano en el hombro, nos miraría fijo y diría: “tranquilo, va a estar todo bien”.
UTOPÍA REALIZADA
Nada hacía pensar que Andrea iba a ser actriz, si no fuera por el empeño que ella misma le puso a la tarea a partir de los dieciséis años. Desde la familia, el viento soplaba en contra: su viejo, abocado a la fábrica en Caballito y al local en Barrio Norte; su madre, docente en escuelas marginadas de Buenos Aires. “Mi mamá tuvo una importancia muy grande en mi vida. Nació bastante pobre y de chica vivió con sus padres en un cuarto de inquilinato. Nos cosía la ropa y la verdad que no nos sobraba nada, pero ella siempre tenía una alegría, algo positivo, que creo que yo también tengo”, evoca.
Pero, pese a esa alegría, la idea de ser actriz no era una utopía posible en la familia Pietra. Hasta que llegaron las señales, siempre inequívocas cuando se desea mucho algo.
El primer mojón fue una visita que hizo Andrea con el colegio al Teatro San Martín, que daba una obra protagonizada por Julio de Grazia. “Me impactó ver a un tipo de la edad de mi viejo jugando a ser otra cosa, esa idea de que el actor puede vivir muchas vidas en una sola vida”, sostiene. Al poco tiempo arrancó un taller con Alejandra Boero y aterrizó finalmente en su gran maestro: Carlos Gandolfo.
Tantas vidas le dio la actuación –y tanto se permitió jugar– que Andrea se casó de blanco en la serie Verdad Consencuencia. Sus padres se emocionaron viéndola dar el sí con Fabián Vena, porque la fiesta fue lo más real que podía ser (con altar y todo).
“En la ficción hice muchas cosas que no hice en la vida real, como casarme –no se casó con Daniel Grinbank, aunque está en pareja con él hace 27 años– y parir (es madre por adopción de Ani, que viene de cumplir quince años)”, celebra.
Después de la resistencia inicial, los padres de Andrea pasaron a ser sus fans incondicionales.
Es curioso pero, mientras habla, uno siente que está frente a la estampa de una “buena mina”, o “buena madera”, si existe algo así, que se intuye en la mirada y en la forma aterciopelada que tiene de decir las cosas. Queda claro que, si uno anduviera en la mala, Andrea nos pondría una mano en el hombro, nos miraría fijo y diría: “tranquilo, va a estar todo bien”
“Mi vieja lloró de emoción cuando me casé y cuando me mataron en Poliladron. Yo le decía ‘tranquila, mamá, estoy acá al lado tuyo, no me morí’”, se ríe. “Con el tiempo, entendí que ella tenía miedo de que me diera un golpazo entrando a una profesión que nadie conocía en mi familia y en la que nadie me iba a poder proteger”, reflexiona; y, al igual que con Alejandra, sigue extrañando mucho lo compañeras que fueron.
ZAPATEROS Y PISTEROS
–Además de tus raíces zapateras, leí que tenés un componente pistero... ¿Es verdad que seguías las carreras del TC bonaerense? ¿Qué te acordás de esa época?
–Tuve un abuelo que en su quinta reunía a sus ocho hijos, los hermanos de mi padre, y a un montón de primos. Nos criamos mucho ahí, yo era muy varonera y de jugar un montón con ellos. Mi tío corría TC y a veces lo acompañaba Pappo como compañero de butaca. Íbamos los fines de semana a ver las carreras, por toda la provincia de Buenos Aires, con heladerita y parrilla. El sábado era la previa; el domingo, la carrera.
–¿Y al final te pegaste ese golpazo que tanto temía tu mamá?
–Justo después de Así son los míos lo conocí a Adrián Suar y me tocó actuar con él en una serie que transcurría en un edificio. Mi personaje era una chica de Trenque Lauquen que venía a estudiar Fliosofía y Letras, y compartía un monoambiente con un futbolista de Chacabuco (Suar). Sé que en mis primeras escenas Adrián no me fumaba (se ríe). Yo venía del teatro y todavía no tenía incorporado el ritmo de la televisión. Varias veces volví llorando de las grabaciones. Gandolfo me decía: “tranquila, vos nunca vas a sobreactuar”, porque me pedían que para mis papeles en la tevé hiciera todo “más grande”. Me acuerdo que un día tenía que hacer que me despertaba y me fui a sacar el maquillaje. Enseguida me dijeron: “¿qué hacés querida? esto es televisión no podés sacarte todo”.
–¿A esta altura de tu carrera te da miedo meterte en el proyecto equivocado? Porque lo de El Eternauta era todo un desafío...
–Hay una frase de Norma Aleandro que me acuerdo de la época de Agosto, la obra de Tracy Letts que hicimos en 2009. Éramos muchos actores y estábamos bastante nerviosos. Entonces ella dijo: “los miedos en nuestra profesión son inocuos, disfrutemos de esa impunidad porque nuestro trabajo no le hace mal a nadie”. Me pareció genial. Creo que enfrentar los miedos y superarlos es lo que nos salva.
–¿Te acordás de alguna vez que te haya costado decirle “sí” a un proyecto nuevo?
–Me acuerdo cuando Ricardo (Darín) me llamó para preguntarme si quería hacer Escenas de la vida conyugal con él en Madrid. “Pensalo tranquila”, me dijo, quizás porque sabía que mi hija Ani tenía sólo siete años y que yo nunca me había separado de ella. Me tenía que ir dos meses y medio a España para hacer una obra de dos personas solas en un escenario, dirigidas por Norma (Aleandro). Cuando le devolví el llamado a Ricardo me dijo: “me vas a decir que no”. Y yo le respondí: “no, te voy a decir que sí”.
–¿Y cómo fue ese estreno?
–Yo no tenía tanto recorrido de la obra, no había tenido demasiado tiempo de ensayo. El día del estreno (en octubre de 2017) pensaba “¿por qué no trabajaré en un banco o detrás de un escritorio? ¿y si me olvido la letra?”. Y ahí me agarró el miedo del que hablábamos, pero se ve que ese miedo también es un motor que me impulsa. Mi personalidad siempre dice primero que sí.

–Es decir que después de todo son nervios soportables...
–Quizás tienen que ver con un fuego mío que los necesita, que pide ese vértigo, ese riesgo. Debe ser por eso que elegí este trabajo. Soy una persona que se aburre fácilmente y a la que le gustan los desafíos. Entonces yo al desafío le digo que sí, sin pensarlo.
–¿Y con El Eternauta te pasó de decir que sí y después pensar “uy, en la que me metí”?
–No, con El Eternauta pasó que me llamaron para audicionar y yo realmente quería estar en ese proyecto. No me daba igual quedar o no quedar. Me pidieron que les mandara un video con mi audición, pero hasta último momento les pedí que me esperaran porque quería hacer el casting en persona. Cuando quedé fue una felicidad enorme y a esta altura de mi vida y de mi carrera me da mucha satisfacción habérmelo ganado.
–¿Cuando leíste el guion y viste lo de los cascarudos gigantes, te imaginaste cómo iba a ser filmar eso?
–Fue todo muy sorpresivo y novedoso, porque no me imaginaba cómo iban a ser esos bichos. Trabajamos con pantallas increíbles, con una tecnología que nunca había visto. Yo siempre digo en las notas que para mí grabar la serie era como ir cada día al Italpark [el parque de diversiones que funcionó hasta 1990 en Libertador y Callao]. Lo bueno fue que la tecnología facilitaba mucho el trabajo y no estaba en contra de la calidad actoral. Bruno [Stagnaro, el director] estaba muy focalizado en que se respete el núcleo dramático de la escena.
–¿Stagnaro es tan meticuloso como dicen?
–Es una persona extraordinaria. Yo nunca laburé con un tipo con esa capacidad de trabajo; y mirá que trabajé con directores increíbles. No sé, no se cansa... como que se “autoenergiza” todo el tiempo. Puede repetir las cosas ochenta mil veces y todo el tiempo propone ideas nuevas. Es el último que se va, cuando estamos todos molidos, y el primero que llega al día siguiente a las siete de la mañana. Creo que en la repetición él encontró la excelencia para cada escena, cada plano y cada gesto. Yo estoy súper agradecida. Siento que puso lo que quería contar por encima del producto y respetó eso a rajatabla. Por eso todos los respetaron a él, por esa conexión y esa pasión que tenía con la historia.
–¿Es cierto que cuando viste la serie terminada te pusiste a llorar? ¿Por qué te emocionó tanto?
–Sí, me desbordaron un montón de sensaciones. Sentí que había sido parte de algo extraordinario, que vino a cambiar el audiovisual argentino, a demostrar que nosotros también tenemos el talento para llevar adelante una miniserie de ciencia ficción. Me conmovió sentir que se transmitía un mensaje en una ficción muy argentina, con nuestras calles y nuestra música. Me acordé de cómo fue todo el proceso y realmente me emocionó.
CAMINAR LA CALLE
Andrea se acuerda que, cuando hacían Agosto, en el teatro Lola Membrives, ella siempre caminaba desde Belgrano R hasta la sala, que queda en Talcahuano y Corrientes. Iba despacio, mirando mucho, y cuenta que veía cada vez más gente viviendo en la calle. “Al primer año algunos estaban con diarios, tratando de leer; ya al segundo año hablaban solos”, describe.
A cada función que iba, la caminata le dejaba una sensación incómoda, dolorosa, que no podía dejar pasar. “Yo elegí lugares donde ayudar, como en la Fundación Sí de Manu Lozano y, desde hace tres años, en la Red argentina por la adopción, que dirige Natalia Florido”, explica. “Natalia es de Bahía Blanca y es hija por adopción. Ella pone el cuerpo cada día para vivir en un país en el que la infancia esté protegida. Lo mismo Manuel con el laburo que hace para que los pibes puedan estudiar y cortar el círculo de la pobreza”, afirma.

Durante mucho tiempo Andrea fue “guardiana” en la Fundación Sí. Esto quiere decir que recibía los camiones con las donaciones y también estaba en el equipo de cocina. “Sacábamos platos para 120 personas”, dice. También acompañó a Manu Lozano en un viaje de diez días en camioneta al Impenetrable, recorriendo colegios del Chaco para ofrecer a los chicos de último año la posibilidad de seguir estudiando.
“La Fundación tiene además un proyecto increíble de residencias universitarias en todo el país, para apoyar y preparar a los jóvenes –muchos de ellos viven en zonas rurales– que sueñan con entrar a la universidad pública. Desde acá se les manda comida, toallas, frazadas y material de estudio. Ya hay muchos recibidos, incluso algunos becados que se han ido a Alemania. Pensá que eran pibes que estaban destinados a la pobreza y a no salir más del paraje en donde vivían”, explica.
–¿En un momento de tanta violencia verbal y simbólica, en la que un presidente tuitea frases del estilo “zurdo de mierda, te aplasto, gusano arrastrado” (textual, en la red X), cobra importancia la idea del héroe colectivo como acto de resistencia, tal como se plantea en El Eternauta?
–La idea de que uno no se salva solo está muy presente. Todo es en equipo y vos no podés vivir bárbaro si a tu alrededor la gente está masticando mierda. ¿Cómo hacés para soportar esa situación? ¿Cuánto tiempo podés andar con los anteojos negros o meterte en un auto blindado? Sos un infeliz si no querés que la gente que te rodea esté bien. En El Eternauta lo que pasa es que, a través de una catástrofe natural, se muestra que la salvación es colectiva. Y esto cae en un momento del mundo, no solo de nuestro país, en el que todo es extremadamente hostil para los distintos.
–¿Lo que se piensa entonces en El Eternauta es esa idea de que, como dice aquella canción, todos somos “héroes anónimos”?
–Quizás sea una forma de aportar silenciosamente desde el lugar que le toca a cada uno. Desde que soy chica me acuerdo de que mi mamá siempre decía eso de ver el vaso medio lleno en vez de medio vacío. Y yo creo que si uno le pone luz a lo malo, atrae más maldad. Hay un montón de cosas buenas que suceden en nuestro país, en nuestro entorno, y hay un montón de gente buena que trabaja para que eso ocurra.
–Alejandra Darín fue tu gran amiga (falleció en enero pasado), ¿qué lecciones sentís que dejó en tu vida?
–Era una mina muy empática con la gente y le afectaban mucho las injusticias. Fue mi primera amiga en esta profesión. La conocí en el 89 en Así son los míos y ella también hacía La extraña dama. Iba corriendo a Canal 9 a grabar y volvía. Me acuerdo que Ale tenía una motito y que ese verano íbamos a lo de mis viejos, que tenían una pileta en Boedo, a la que le decíamos “Pietranor” (por Coconor, el complejo noventoso que quedaba en la Costanera). Era un grupo en el que estaban Adrián Suar, Pepe Monje, Pablo Novak, Alejo García Pinto... Nos hicimos muy amigos.
–En septiembre volvés a Madrid para hacer Escenas de la vida conyugal con Darín ¿Qué expectativas tenés para este regreso?
–Sí, volvemos al Teatro Rialto, en la Gran Vía, donde estuvimos el año pasado y fue una cosa de locos. Hace años que vamos de gira a España con Ricardo; él hizo allá la obra Art, pero nunca había estado en la Gran Vía, que es como nuestra calle Corrientes para el teatro. Volvemos a España porque las entradas siempre vuelan y el público es muy fervoroso. En septiembre próximo estamos en Madrid y en octubre hacemos giras por varias ciudades.
FERVOR ESPAÑOL
–Se sabe que Darín es un actor muy querido en España. ¿Cómo se vive trabajar con él?
–Sobre eso tengo una anécdota muy buena. Nosotros estrenamos la obra en 2017 en el Teatro del Canal, adonde llega la última estación de una de las líneas de metro. Desde ahí nos volvíamos juntos en subte hasta la estación Sol (en la Puerta del Sol); era un viaje de unos veinte minutos. Lo increíble era que la gente que estaba en nuestro vagón empezaba a darse vuelta a decirnos que acababan de ver la obra, porque salían del teatro al mismo tiempo que nosotros. Nos quedábamos hablando con todos: italianos, polacos, ses y turistas de todo el mundo que lo conocían a Ricardo por alguna película. Por eso también la importancia que tiene nuestro cine, que atraviesa fronteras y hace conocidos a nuestros actores. Me acuerdo de que fue un mes inolvidable, de hacer la obra y volver charlando cada noche en el metro.
–Decías que te costó separarte de tu familia en 2017 para hacer la obra en España. ¿Te sigue costando irte?
–Bueno, ahora es distinto: Ani ya es más grande, es una adolescente. Ella siempre viene porque tiene vacaciones en septiembre y las giras en general son durante ese mes. Pero cuando no está conmigo nos manejamos por Facetime y además, con la diferencia de horario, yo la puedo despertar y estar presente durante su día.
–¿Ani te vio en El Eternauta? ¿Le gustó?
–Es la primera vez que me ve en un papel así. Ella ya venía mucho al teatro cuando hicimos la obra en el 2017; le encantaba y se sabía la letra de memoria. Pero estaba esperando El Eternauta y creo que ya vio la serie tres veces con sus amigas. De hecho me dice que quiere estar en la segunda temporada y ya inventa historias de cómo podrían meterla a ella. Yo le digo “tenés que ir al colegio” y me dice “bueno, un papel chiquito” (risas).
–A fines de marzo celebraron el cumpleaños de quince de Ani. En todos lados salió que fue una tremenda fiesta...
–En particular su cumple de quince me trajo muchas cosas buenas. Primero, que mi hija eligiera vestirse de princesa Tiana –de una película de Disney que se llama La princesa y el sapo–, que es la única princesa original negra de Disney. Porque Ani también te dice “¿por qué hacen La sirenita negra? ¿qué quieren? ¿quedar bien con los negros?”. Entonces es muy férreo en ella ese sentirse orgullosa de ser negra, lo cual también me llena de orgullo porque uno de mis miedos era traer a este país a un niño de otro color. Ella tiene una felicidad total y disfrutó su fiesta a pleno. Es increíble verla crecer tan contenta, con tantos amigos; tenía al colegio entero metido ahí: invitó a todo cuarto año, más quinto y sexto. En un momento nos miramos con el padre porque no paraba de llegar gente. Y como ella es recolgada no nos había avisado que venían tantos amigos. Para mí, que no tuve fiesta de quince porque no teníamos un sope, fue un disfrute total: armar la fiesta con ella, verla feliz, ver lo querida que es por todo el mundo. Fue un sueño.
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