Cómo trabaja Mary Coller, la médica que coordina en Río Negro un programa de cuidados paliativos: “El 70% de nuestros pacientes muere en sus casas, junto a sus seres queridos”
Escucha, acompañamiento, empatía y abrazos, muchos abrazos: el arte con que esta profesional de 57 años le quita peso al tabú de la muerte y ayuda a infinidad de familias
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La anotaron María, pero para todos y para ella misma es Mary, Mary Coller, médica especialista en cuidados paliativos, 57 años, dos hijas. Mary nació en un pueblito muy pequeño de La Pampa y se mudó 27 veces. Trabajó en plena cordillera como médica rural. Fue y vino por varias provincias argentinas. Su apellido viene del abuelo paterno, que era alemán del Volga. Cuando ese abuelo llegó al país anotaron el apellido con K, pero –historia frecuente en familias de inmigrantes–, las generaciones venideras fueron con C.
Siempre le gustó mirar el bosque –no solo el árbol– y mirarlo además desde su mirada de mujer, una mujer de ojos claros y lúcidos. Una vez, hace ya muchos años, murió en sus brazos un niño de 2 años. En ese momento sintió que podría haber acompañado mejor ese proceso, y aliviar tanto al niño como a su familia. Pero antes de eso, cuando era muy joven, ella tuvo una cirugía cardiovascular y sintió en carne propia el miedo a morir.
Los cuidados paliativos la estaban llamando.
Hoy, después de capacitarse y de ser becaria la Fundación Pallium, que dirige Gustavo de Simone (institución y médico decanos en cuidados paliativos en el país), integra equipos de investigación en la Universidad de Río Negro y la Universidad del Comahue y es desde 2017 la Coordinadora del Programa Provincial de Cuidados Paliativos de la provincia de Río Negro.
Los paliativistas tienen una habilidad poco común: son capaces de mirar con lucidez lo único que sabemos todos que más tarde o más temprano nos va a pasar: encontrarnos frente a frente con la muerte. Con la propia muerte
Además, su mirada no es cualquier mirada: es especialista en Políticas de Cuidado con Perspectiva de Género por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) y comprende muy bien cómo impacta en cualquier familia o grupo un integrante enfermo, porque la tarea recae siempre –o casi siempre– sobre la mujer.
Los paliativistas tienen una habilidad poco común: son capaces de mirar con lucidez lo único que sabemos todos que más tarde o más temprano nos va a pasar: encontrarnos frente a frente con la muerte. Con la propia muerte.
Una mujer inquieta
–Usted es pampeana, ¿de dónde?
–Sí, nací en un pueblito de 2.000 habitantes: Doblas. Mi abuelo materno, de apellido Durango, era vasco francés y fue un personaje, fue el primer intendente de la democracia. Después de recorrer mucho como ferroviario, se instaló ahí y junto a mi mamá, que era maestra, fundaron el colegio primario y secundario de Doblas. Viví allí hasta los 17 años, cuando vine a Buenos Aires para estudiar medicina en la UBA. Y después fui a Bariloche a hacer la residencia de medicina general y rural. Fui médica rural durante muchos años, en la Cordillera. Después volví a La Pampa, trabajando como médica. Iba y venía. Ahora vivo en Cippolletti, Río Negro, desde 2006. Trabajo en el Ministerio de Salud coordinando el Programa de Cáncer y de Cuidados Paliativos. Y somos una provincia modelo.
–¿Por qué?
–Porque de los 36 hospitales, tenemos 28 con equipos de cuidados paliativos interdisciplinarios: médicos, enfermeras, trabajadoras sociales, kinesiólogos, psicólogos, nutricionistas, que salen a la comunidad. Casi el 70% de nuestros pacientes mueren en el domicilio: un porcentaje mucho más alto que en cualquier otra parte. El sistema está basado en los derechos humanos, abierto para todo el mundo, dignificante. Tenemos el único modelo de internación domiciliaria con guardia médica y de enfermería permanente los 24 horas del día los 365 días del año. Y el modelo de nuestro trabajo es además costo efectivo. En otras palabras, es más barato que el modelo tradicional (https://www.scielosp.org/article/csp/2023.v39n2/ES081822/).
–¿Cuál es el modelo tradicional?
–Morir en un hospital, sin cuidados paliativos, algo que ocurre con muchísima frecuencia. Uno de los dolores que no se me quitan es que mi papá, enfermo de Covid, haya muerto solo en el hospital: yo, médica paliativista, no pude acompañarlo. Nadie debería morir solo.
–Pero eso pasa, la gente se sigue muriendo sin cuidados paliativos…
–Sí. Otra investigación, que ahora se está actualizando porque se publicó en 2020, indica que en nuestro país el 85% de las personas que los necesitan no reciben cuidados paliativos. Tenemos una ley de cuidados paliativos sancionada en 2022 pero que no se implementa, no tenemos políticas de cuidado y tenemos un sistema de cuidado “familista”, o sea: las familias son las que se encargan de los cuidados en salud. Y el costo del cuidado lo asumen mayormente las mujeres, que destinan su tiempo a esta tarea en forma gratuita. Es decir: esa pobreza, que es a la vez pobreza económica y pobreza de tiempo, reafirma la desigualdad estructural entre los géneros.
–La mayoría cree que el cuidado paliativo empieza cuando una enfermedad es terminal y lo único que queda por delante es morir. ¿Es así?
–No. El cuidado paliativo es un cuidado de acompañamiento de enfermedades limitantes o amenazantes para la vida. Eso no significa que sean terminales. Limitante puede ser un cáncer, por ejemplo, que durante el tratamiento genera efectos adversos. Las enfermedades crónicas avanzadas también, las respiratorias, las hepáticas, las renales, las cardíacas, las neurodegenerativas, las demencias… son enfermedades que desde muy temprano empiezan a afectar la calidad de vida. Y los cuidados paliativos pueden entrar desde los inicios del diagnóstico. Lo que pasa es que los cuidados paliativos nacieron como el acompañamiento final en los hospices, en Inglaterra, como una mirada compasiva y religiosa, al pie de la cama del moribundo. Pero se han ido yendo hacia el lado de la vida: se interviene mucho antes sobre las consecuencias más tempranas de las afecciones y de la disminución de la calidad de vida, de las dependencias.
“El cuidado paliativo es un cuidado de acompañamiento de enfermedades limitantes o amenazantes para la vida. Eso no significa que sean terminales”
¿Los paliativistas son creyentes?
–A veces. No es mi caso. Yo soy atea.
–¿En Río Negro la gente sabe qué son los cuidados paliativos?
–Sí, porque lo ha visto, porque ve el auto todo el tiempo en los lugares, porque conoce que al vecino lo acompaña el equipo del hospital. El Programa funciona hace 24 años. O sea: ha atravesado todas las banderas políticas y además cada vez tenemos más hospitales nuevos incorporándolos.
–¿Básicamente quienes demandan son enfermos de cáncer?
–No, tenemos pacientes con cáncer, con enfermedades crónicas, con síndrome del adulto frágil, demencias. Tuvimos equipos paliativos pediátricos también. Además de los equipos en sí, están cubiertas la medicación, los recursos, los descartables, los medicamentos, todo se compra exclusivamente para eso.
–¿Y qué hace un paliativista?
–Acompañar y aliviar el sufrimiento. Acompañar sin juzgar, ayudar a calmar el dolor, trabajar sobre los síntomas, físicos, psicológicos, emocionales, sociales, prácticos. Trabajar con la familia para ver cómo podemos mejorar y ayudar ese acompañamiento. El paciente requiere muchos cuidados. Nosotros siempre decimos que tiene que haber alguien hasta para alcanzarle un vaso de agua, ¿no? Porque a veces el paciente, solo, no puede. La unidad de atención es el paciente y la familia; el paciente y sus cuidadores, porque sus cuidadores están tan impactados como el paciente. Además, todo el tiempo damos noticias de gran impacto emocional: a veces es el avance de la enfermedad, otras veces es el uso de la morfina, otras veces es el acompañamiento de alguna situación, otras veces es una dependencia que aparece.
–¿Cómo llega el paciente o la familia al médico paliativista?
–El paciente no suele ser quien lo pide. A veces viene alguien de la familia y dice “yo necesito ésto porque mi mamá está así…” Y nosotros, por encuadre, necesitamos una derivación del médico, del sistema sanitario. Y esa es una de las primeras barreras.
–¿Por qué?
–Porque a veces los médicos no quieren derivar porque dicen: “todavía tenemos más opciones”. Eso es muy frecuente. Vemos pacientes sobreintervenidos montones de veces, con un pronóstico muy avanzado y que siguen en la terapia intensiva.
–¿Y qué pasa si el oncólogo sabe ya en el momento del diagnóstico que es un paciente terminal e igual da un tratamiento? ¿Cómo lo ve un paliativista?
–Siempre es saber qué quiere hacer el paciente. Algunos te dicen: “Doctora, yo quiero que me hagan todo y no me quiero morir hasta que no me hagan todo y si me muero, me muero.” Y hay otros que dicen: “No, yo necesito frenar con esto porque quiero trabajar sobre mi calidad de vida; no me importa el tiempo, sino que lo que me importa es la calidad”.
–Pero para que el paciente diga esto debe haber alguien con la capacidad y empatía para escucharlo. ¿Y eso pasa?
–No siempre.
De humano a humano
–¿Derivar al paliativista no es como decirle al paciente que ya no le quedan oportunidades?
–No. Lo que nosotros hacemos primero es ver qué es lo que el paciente sabe y qué quiere saber. A menudo ha sido tratado con mucha dureza. “Me dijeron que ya no hay más nada para hacer y me mandaron para acá, pero nadie me explicó nada”. Esto es una cosa frecuente. No en nuestra provincia, pero sí en otras. Nosotros acá tenemos mucha relación con los oncólogos y nos derivan pronto. Pero eso no es lo que pasa más a menudo, lamentablemente.
“En las universidades no tenemos materias obligatorias de cuidados paliativos. A veces podemos curar, a menudo aliviar, pero acompañar podemos siempre. Y esto supone una implicación personal importante. Uno no va solo con lo que aprende, va con todo lo que es”
–¿Cómo hacen los paliativistas para indagar, por ejemplo, sobre lo que el paciente sabe de su enfermedad sin incomodarlo?
–Con mucha delicadeza, con escucha, tanto de las palabras como de los silencios. “¿Usted quiere contarnos qué le anda pasando? ¿Prefiere que hablemos con sus hijas?” Tratamos de no aumentar una situación que de por sí es traumática. A veces una palabra de más hace estragos. A veces la familia está parada ahí atrás y nos hacen señas de que no le digamos nada…. tienen la idea de que si el paciente “sabe” se va a poner peor. Todo eso se trabaja con la palabra, con los gestos, con el acompañamiento, con el abrazo. Trabajamos mucho con el cuerpo, tocando, abrazando porque las personas que están mal necesitan eso. Y a veces uno se conmueve y llora y está ahí a acompañando: lo que le pasa a un ser humano con otro ser humano. Es inevitable sentir amorosidad por el paciente que viene, que vuelve, que va. Eso ocurre y es también un poco lo más lindo que tiene para el operador.
–Son más mujeres las que dan cuidados paliativos. ¿Por qué?
–Porque tenemos una asignación cultural a las tareas de cuidado, tanto en salud como en educación y una “se siente” más con más herramientas para eso. De hecho, muchas veces tenemos compañeros varones que dicen, “andá vos, mejor hablá vos, que sos mujer, que la vas a entender mejor”. Hace 20 años que hago paliativos y esto aún sigue siendo frecuente de escuchar. Una vez, un paliativista me dijo: “Con vos todo bien, lástima que seas tan feminista…”
–¿Y es feminista?
–Desde siempre, soy feminista, y de las viejas. Tengo dos hijas que crie como familia monoparental. Me separé cuando eran muy chiquitas y en ese momento los cuidados los llevábamos adelante solo las mujeres. Ahora también, pero hay un poquito más de conciencia. Tuve una vida muy activa, me mudé muchas veces, me hice dos casas, escribí un libro y escribo poesías. Y como soy celíaca, tengo una cuenta en Instagram donde comparto mis recetas (https://www.instagram.com/lasrecetasdemarycoller/).
Sufrimiento existencial
–Usted escribió: “No es lo mismo deseo de morir, sufrimiento existencial, petición de eutanasia, suicidio asistido, sedación.”
–El deseo de adelantar la muerte es un concepto bastante nuevo. Pero no todo deseo de adelantar la muerte es una petición de eutanasia.
–¿Cuál sería la diferencia?
–El deseo de adelantar la muerte es una alerta a quien la está escuchando. Y es muy frecuente que dentro de ese deseo exista un tipo especial de sufrimiento que aparece cuando la persona se enfrenta directamente con la idea de finitud: el sufrimiento existencial, el saber que me voy a morir. Entonces hay cuestiones de mi existencia que están en juego, está en juego mi ser. Quién soy, mi legado, lo que he sido con mi historia, mi biografía. Ese sufrimiento no es un sufrimiento de dolor físico. El sufrimiento existencial aparece en situaciones en las que la persona siente la muerte cercana. A veces ese sufrimiento aparece porque no quiero dejar solos a mis hijos, otras veces porque tengo miedo a tener dolor, otras porque no siento que he terminado mi vida aquí. Pero itir ese sufrimiento abre puertas. El deseo de adelantar la muerte se manifiesta para aliviar ese sufrimiento existencial. Y lo acompañamos, pero hay personas en quienes ese sufrimiento no se alivia, tienen un sufrimiento existencial insoportable, y que dicen “yo igual me quiero morir.”
–¿Y en esos casos qué se hace?
–Entre nosotros la eutanasia es ilegal. Pero soy de la idea de que tenemos que abrir esta discusión. Porque permite desmembrar qué quiere decir realmente quien dice “me quiero morir”. Claramente hay que buscar consensos porque de lo contrario hay gente que se queda fuera de las posibilidades.
–¿Podría dar un ejemplo de este quedarse afuera?
–Por ejemplo, las personas que tienen afecciones físicas, como la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), muchas veces dicen: “este sufrimiento que tengo es personalísimo”. Y a veces el sufrimiento es simplemente que quiere estar limpia. El sufrimiento no es dolor, es simplemente no tener que hacerse pis encima. ¿Y por qué yo voy a juzgar un sufrimiento de un semejante, una persona que ha sido siempre autónoma? ¿Quién soy yo para juzgar eso? Y dice: “Esto no es vida para mí.” ¿Quién soy yo para juzgar eso? Nadie. Pero esta situación que tenemos hoy deja afuera a esas personas. Las personas que luego de haber hecho todo el trabajo sobre el sufrimiento existencial, aun así dicen: “Este sufrimiento para mí es insoportable”.
–¿Entonces esas personas deberían tener a la posibilidad de morir? ¿Sería lo mismo suicidio asistido, muerte asistida, eutanasia?
–La muerte asistida engloba al suicidio asistido y a la eutanasia. El suicidio asistido es la indicación médica de una medicación que toma el propio paciente. Y la eutanasia es la istración de una medicación al paciente por parte del médico. Ambas son ilegales.
–¿Y el pedido de no recibir soporte vital?
–Eso es otra cosa. En 2012 fui parte de la comisión que se presentó ante la Corte Suprema por el caso Marcelo Diez. Marcelo tenía 20 años cuando tuvo un accidente y hacía otros 20 años que estaba en vida vegetativa. Las hermanas pedían interrumpir el soporte vital. Y se consiguió. Entonces, el retiro del soporte vital es legal gracias a Marcelo Diez. Y lo tiene que pedir la familia.
–¿Sigue habiendo ensañamiento terapéutico?
–Sí, claro. Las personas a menudo no saben cuáles son sus derechos y no le dicen al médico “basta, no quiero hacer más nada”. Cuando se lleva el cuerpo al sistema sanitario no hay una cultura de cuestionar el saber médico. Uno va y no sabe qué es lo que le va a pasar. Y muchas veces parece que las decisiones fueran decisiones médicas y en realidad son decisiones de vida, que a veces van en contra de lo que la persona quiere, pero nadie le pregunta. Eso es una cosa muy frecuente. Por eso digo que es tan importante humanizar los sistemas, llenarlos de “cosas humanas”.
–¿Qué es la sedación paliativa?
–Es una herramienta terapéutica que utilizamos ante los sufrimientos extremos e insostenibles. Cuando los síntomas son refractarios, es decir, le damos dosis máximas de morfina y el paciente sigue con dolor, entonces se produce la sedación paliativa. O hay un sufrimiento existencial tan grande que uno termina haciendo esa sedación. Por supuesto, en forma planificada con el paciente, que tiene que haber estado de acuerdo. Pero también la sedación paliativa tiene sus límites. Por ejemplo, en una persona con ELA no se puede hacer sedación paliativa. Se puede aplicar en casos en que la muerte será pronto; por ejemplo, un cáncer al que le quedan días u horas.
–¿Y qué son las directivas anticipadas?
–Son parte de la Ley de Derechos del Paciente. Uno puede dejar escrito qué es lo que quiere para sí mismo. Se puede hacer frente a un escribano pero también se puede escribir o decir a personas de confianza. Y tu familia puede apelar a esas directivas anticipadas: “No quiero que me reanimen, no quiero ir a terapia intensiva, no quiero recibir un trasplante.” De hecho, eso es lo que pasó con Marcelo Diez. Marcelo había dicho, “Si alguna vez me pasa algo, no quiero que me mantengan con vida”. Mejor es escribirlo, pero con manifestar “él (o ella) alguna vez me lo dijo”, ya tiene valor legal.
–¿Y a quién hay que decirle esto?
–Al médico o médicos que lo tratan. El gran problema es que el sistema sanitario está muy atravesado por esta idea de la guerra, de que hay que salvar la vida, de que somos guerreros, que la enfermedad hay que pelearla y que la muerte es un fracaso. Y la muerte no es otra cosa que el final de la vida.
–Y usted misma ¿qué piensa sobre su muerte?
–Tengo mis directivas anticipadas. No escritas, pero mis hijas saben que no quiero prolongar mi vida en tiempo si no estoy con todas mis capacidades como ahora y que quiero que tiren mis cenizas al río.
–Sobre la posible legislación de la eutanasia están quienes ven la vida como un don divino y consideran, en su postura religiosa, que también es Dios quien debe quitarla. Pero hay otras posiciones que miran con temor que la eutanasia sea legal porque podría generar una suerte de “viva la Pepa”, que cualquiera pueda pedir una pastilla o una inyección y decidir ahí su propia muerte…
–El problema de fondo es que el sistema sanitario no está preparado para alojar la muerte; el proceso de morir se ve como una enfermedad y no es así. Además, jamás yo como médica paliativista le daría una pastilla o cualquier medicación a quien manifieste el deseo de morir. Según mi visión, lo que hay que asegurar es que si existe una legislación toda persona que tiene una petición de eutanasia pueda ser atendida correctamente por un equipo de cuidados paliativos.
–¿Buscando qué?
–Buscando aliviar ese sufrimiento existencial y acompañando de la mejor manera ese pedido. Una cuestión es el pedido de eutanasia y otra es el llevarla a cabo. Si nosotros tenemos una legislación que habilita las posibilidades de la despenalización, eso también va a empujar el crecimiento de cuidados paliativos. Indefectiblemente debería ser así, porque el proceso de morir tiene que ser atendido por las personas más expertas en ese tema y tener una reorganización para poder generar ese acompañamiento correcto y experto. Y la sociedad tendría herramientas para poder amparar todas las posibilidades del final de la vida. Y lo que se sabe es que teniendo la posibilidad legal de la eutanasia en realidad hay menos pedidos. Hay un alivio ahí.
–¿Los médicos deberían poder negarse a practicarla?
–Se puede tener objeción de conciencia, sí. Está documentado que hay médicos que sienten un estrés postraumático luego de dar eutanasia a algún paciente. Pero la objeción de conciencia debería ser mirada de otro modo: cuando alguien dice “yo me quiero morir, definitivamente quiero terminar con mi vida”, objeta su propia conciencia un montón de veces. ¿Por qué va a prevalecer más la objeción de conciencia de un médico, que es el que tiene que aplicarle la medicación que la objeción de conciencia la propia persona? Es una gran pregunta.
–¿Qué es lo que más distancia un profesional de la salud de dedicarse a los cuidados paliativos? ¿Se gana mal?
–Eso sí, en general no somos cirujanos ni traumatólogos ni oftalmólogos, eso por un lado, pero también hay mucho miedo a la muerte, es un tabú, algo que asusta. Y además hay un déficit de formación. En las universidades no tenemos materias obligatorias de cuidados paliativos. A veces podemos curar, a menudo aliviar, pero acompañar podemos siempre. Y esto supone una implicación personal importante. Uno no va solo con lo que aprende, va con todo lo que es. Y hay que estar dispuesto a que se produzca “algo” en ese encuentro con el paciente.
–¿Una transferencia, como en el psicoanálisis?
–No como la ven los psicólogos: nosotros vamos de ser humano a ser humano. Es una escucha compasiva, amorosa, se escucha con ternura. Eso es algo que ocurre y que los pacientes dicen. “Desde que estoy acá me siento contenido…”
Curar, aliviar, acompañar
–¿Cuándo y por qué quiso ser médica paliativista?
–Durante un tiempo fui médica rural; trabajaba en Neuquén, al pie de la cordillera, atendí de todo: partos, accidentes. He controlado montones de embarazos, niños sanos, adultos mayores. Hubo un hecho muy puntual, me acuerdo una vez en el Hospital de las Lajas, que está a 50 km del límite con Chile, en la cordillera neuquina, es un pueblo de 5000 habitantes. Y ahí un domingo a las 3 de la tarde murió un chiquito de 2 años, de un cáncer. Estaba con la mamá y todos los hermanitos alrededor de la cama. Se murió con dolor porque yo no sabía qué hacer. Le había dado el tratamiento disponible, pero no pude hacer nada con su dolor. Y para mí fue muy fundante la necesidad de sentir que tenía que aprender sobre esto. Y ahí me decidí.
–¿Hay una parte del cuidado que se resuelve con calmantes? ¿Están disponibles? ¿Son seguros?
–Los opioides son los fármacos de más potencia contra el dolor. Existe una escalera para el tratamiento: de primer escalón, de segundo escalón y de tercer escalón. Los opioides son del segundo y del tercer escalón. El analgésico común es de primer escalón. Uno va evaluando de acuerdo al nivel del dolor que el paciente tiene qué es lo que coloca.
–Acá no hay una epidemia de opioides, como en EE.UU., por ejemplo…
–Al contrario: A nosotros nos faltan opioides: si el 85% de personas que necesitan cuidados paliativos no los tienen, es también porque no tenemos profesionales que sepan recetar los opioides. No todos los opioides se indican de la misma manera, no es lo mismo la morfina que la metadona, que el fentanilo; se utilizan para distintas cuestiones, eso es una cuestión bien médica. Y es lo que en general hacen los médicos en los equipos de paliativos, manejar el dolor y los síntomas. Ahora estamos con un problema importante porque el Programa Nacional de Cuidados Paliativos tenía una sección de distribución de opioides para toda la Argentina, pero lamentablemente la bajaron. Las provincias estamos comprando eso que antes venía de Nación. En Río Negro, los equipos están consolidados. Pero el gran problema es que mucha gente se queda sin al tratamiento. Y el dolor es una de las consultas más frecuentes. Yo podré tener buena escucha, pero si no tengo opioides, ¿cómo hago para aliviar el dolor?
–¿Y realmente se alivia todo dolor?
–Aliviamos todo lo que podemos. Tener la pretensión de aliviar todos los dolores es como tener la pretensión de que la vida no duela. Uno puede aliviar, pero tampoco tener esa idea romantizada de que se alivia todo. Eso no existe.
–¿Se sigue muriendo sola la gente?
–Sí, sí, se sigue muriendo sola, claro. Mucha gente se muere sola en los hospitales. Por eso digo que teniendo familia, aun pudiendo ser acompañada, se muere sola. Hay gente que se muere sola en las terapias, en las internaciones.
–¿Ustedes acompañan los duelos?
–Sí. Se acompaña a la familia hacia la resolución de ese duelo y en general lo que se ve es que cuando hay una intervención de un equipo de paliativos la probabilidad de tener un duelo patológico es mucho menor.
–¿Qué es un duelo patológico?
–Ocurre cuando alguien no resuelve la situación y tiene dificultades para estar bien. El duelo es un problema de salud pública. Hay mucha gente que tiene duelos no resueltos y se enferma y consulta a las guardias y a médicos y médicos y médicos porque en realidad tiene un duelo que no resolvió. Cuando un duelo no está bien cerrado afecta al cuerpo y afecta la vida de esa persona.
–¿Qué suelen decir quienes se están por morir?
–Hay una constelación de emociones que tiene que ver con lo que cada uno ha vivido. Hay gente que se muere y necesita perdonar a todo el mundo, gente que no habla, gente que no dice nada… En general lo que con más frecuencia dicen es que se arrepienten de haber trabajado tanto, de no haber pasado más tiempo con su familia, de no haber sido más felices, de no haberse divertido más, de haber hecho mucho esfuerzo para tener algo económico que después no sirve para nada.
–¿Usted cree que decidir cómo debe ser la propia muerte debería ser un derecho?
–Absolutamente. No debería ser puesto en cuestión. Una cosa son los derechos y otra cosa es cómo los organizamos en el sistema. Y no puede ser que porque tenemos un sistema desorganizado no podamos acceder a esos derechos.
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